abía visto pasar los minutos en ese mismo andén todas las noches. Siempre acostumbraba caminar por ese mismo pasillo vacío, con el rostro cabizbajo mientras esperaba a que el convoy llegara. El silencio se adueñaba de todo lo que pasaba a mi alrededor. Nunca había prestado atención a lo que sucedía, hasta que subí esa noche al vagón. Estaba sobrecargado de pensamientos, estaba tan agotado que podía irme a dormir sin siquiera pensar en que hubiese comido algo en todo el día. Me senté en el compartimento de un solo asiento, no quería compartir con nadie el viaje. Miré a mis costados y sólo se encontraban dos personas a lo largo del vagón, lo suficientemente lejos como para no molestar.
Tras ver como el convoy se iba adentrando en el túnel y las lámparas parpadeaban en el interior del vagón, me fui durmiendo muy despacio. Escuchaba los sonidos a mis costados, el tren avanzando, el traqueteo sordo del vagón. Me sentí tan relajado, que me perdí en mi sueño. Sentía los movimientos típicos del viaje. Hasta que comencé a escuchar pasos acercándose hacia donde yo me encontraba. No conseguía despertarme, mi sueño había ganado y permanecía con los ojos cerrados. Había un hedor nauseabundo flotando en el aire combinado con un olor a sangre. Me moví incómodo en mi asiento. Trate, por lo menos, de centrar mi mirada, por detrás de mis párpados, y sentir cómo la claridad del exterior se reflejaba y me dejaba centellado cada vez que parpadeaban las luces. Los pasos se detuvieron a unos cuantos palmos de donde estaba. Yo, por mi parte, seguía batallando para despertar sin tener éxito. Para ese entonces me comenzaba a desesperar, ya que habían pasado algunos minutos más y sentía que ya habíamos pasado varias estaciones.
De pronto, una voz comenzó a anunciar que el tren dejaría de dar servicio. Me levante, todavía con una gran desesperación por que no conseguía abrir los ojos. Escuché las puertas cerrarse y comencé a gritar como un loco. Golpeé la primera ventana que encontré y traté de asomar mi cara por el hueco de la ventanilla.
Gritaba para que me escucharan, pero, al aparecer, a nadie le interesó. Sentí que el tren se movía, me tallé los ojos y, con dificultad, pude abrirlos muy poco. Observé que el tren se estaba moviendo, adentrándose al túnel. El tren fue desacelerando hasta quedarse en alto total. Las luces, gradualmente, comenzaron a parpadear hasta que el interior del vagón se quedó en penumbras. De inmediato, me dirigí a una de las puertas, tiré de la palanca de seguridad que estaba a un costado de la misma y las bocinas de audio comenzaron a emitir un leve zumbido. Pensé que de esa manera me harían caso, pero, de momento, no fue así. En su lugar, me quedé en silencio. Esperando a que me rescataran. Pero no había ningún otro sonido, mas que el zumbido de las bocinas del vagón y respiración. Me entró una gran desesperación que comencé a golpear las ventanas y los asientos. Quería salir de ahí a como diera lugar. Sentía que si me queda un minuto más en ese lugar me iba a sofocar e iba a terminar ahogado.
Me pedí conservar la calma, así que me senté en la última puerta del tren; la que utilizan los operadores para entrar en la cabina de control. Desde donde estaba, podía ver completamente a lo largo del vagón. Me quedé a la expectativa, pensando en que si el personal de la estación me había escuchado entonces tendrían que llegar en esa dirección.
Después de unos minutos de estar contemplando la oscuridad, observé que en el último vagón del tren, al otro extremo de donde yo me hallaba, se encendieron las luces. Pero el acto no fue general, las luces se comenzaron a encender por turnos, una por una, y de la misma forma en que se iban encendiendo, se iban a pagando. Era como si algo se estuviera acercando por medio de la luz de las lámparas. Primero fue a una velocidad lenta, pasiva, pero después comenzó a acelerar el ritmo con que se prendían y se apagaban las luces, hasta llegar al grado en que iban tan rápido que me levanté de mi lugar y me cubrí los ojos y la cara. Pero mayor fue mi sorpresa; el halo de luz de la lámpara se quedó estable justamente en el otro extremo del vagón en el que me encontraba. Sorprendentemente se había quedo ahí, estática ante mí. Incliné mi cara hacia enfrente esperando ver algo, como un ciego tratando de divisar a través de la profunda oscuridad de sus ojos. Me quedé boquiabierto.
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Subconsciente
HorrorLa oscuridad que aguarda nuestro subconsciente, es a veces descubierto por los demonios. Un hombre, común y corriente, con problemas, como todos, tiene un tétrico encuentro con un demonio, que le hace experimentar y aflorar sus más oscuros y siniest...