Tempus

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Intimidante, se presentó frente a Yoak el desierto. A simple vista estaba completamente vacío, sin ningún ruido que interrumpiera el infinito, excepto el viento  entre los médanos, empujando la arena hacia abajo. Echó una mirada, dejó caer su mochila por la pendiente y se deslizó tras ella. Cayó sobre la superficie enterrándose los pies. Tomó la mochila y continuó su camino.    

Allí estaba: la Torre del Tiempo

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Allí estaba: la Torre del Tiempo. Tocaba con sus múltiples tejados las transparentes nubes. Bajo las ventanas de cada uno de sus lados, se sostenían cientos de balcones decorados con enredaderas secas. Yoak sacó una soga, en cuyo extremo había atado un gancho de escalar. Lo arrojó hacia uno de los balcones y trepó. Se metió por la ventana.

Ya estaba dentro. Ahora sólo le quedaba bajar. Si el informe no erraba, tendría que buscar en el sótano. Descendió piso por piso.

Una puerta de hierro aislaba el subsuelo. La empujó. Una sofocante ráfaga de aire cálido golpeó su cara. La oscuridad invadía el lugar. Encendió su linterna. La luz se abrió camino entre las tinieblas e iluminó el último tramo de la escalera que se cortaba abruptamente. El descenso al nivel del sótano consistía en una caída de no menos de diez metros. Enganchó la soga al final de la escalera rota, colocó su linterna al cinto y comenzó a bajar.

Mientras lo hacía, observaba las paredes, llenas de miles de recuerdos abandonados. Relojes antiguos, cuadros, partes de muebles, juguetes, platos y utensilios, adornos. También había extrañas herramientas de medición. Yoak pudo intuir que servían para medir las variaciones climáticas. De todas formas, eran cosas sin importancia. Nadie podría recordar su origen ni su edad. Utilizadas hace miles de años.

Finalmente lo encontró. Allí estaba, mirándolo con sus ojos de metal. Sus brazos abiertos, como intentando volar. Yoak estiró la mano y lo tomó por la cintura. Los años sin que nadie lo moviera de ahí habían formado una costra que lo adhería a la pared. Tiro de él y logró desprenderlo. Sosteniéndolo como si fuese una piedra, lo observó más de cerca. Una leve aura de luz emergió del objeto, y lo sintió frío, casi helado.

No entendía para qué quería el Triunvirato un viejo muñeco. De todas formas eso no le incumbía. Había decidido tomar ese trabajo. Le pagaban bien.

Lo guardó en la mochila y ascendió por la soga. Escaló el pequeño tramo de la escalera y se apoyó contra la puerta para abrirla. Estaba más pesada que antes. Finalmente la puerta cedió. Iba a cruzar el umbral cuando lo que quedaba de la escalera se desprendió de la pared y cayó al vacío. Yoak se tomó del borde del suelo. Se arrastró a la superficie del piso y atravesó la puerta.

Sintió que el aire del desierto se había tornado más frío y fluido. ¿Acaso se había hecho de noche? No, el sol todavía iluminaba la Torre, pero con menos fuerza. Tal vez se avecinase una de las típicas tormentas del desierto.

De todas formas, debía salir de la Torre y volver. Trepó a una de las ventanas... Lo que vió lo dejó sin habla.

Nevaba. En el desierto. Los diminutos copos golpeaban contra la arena, enfriándola y cubriéndola. Los médanos se convertían en géiseres y montes formados por hielo. Era un suceso imposible.

Tempus (cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora