Capítulo I

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Elisa dejó tres mojitos en la mesa y parte del líquido, de color verde intenso, se derramó sobre la superficie. Me giré para coger una servilleta y advertí que, para los dueños de aquel antro caribeño, unos tristes trozos de celofán eran un lujo innecesario del que se debía prescindir.

Hannah arrugó su pequeña naricilla cuando rozó la húmeda copa con los dedos. Era raro verla en aquel ambiente, teniendo en cuenta que parecía un ser angelical e inocente recién caído del cielo; no me sorprendería que el día menos pensado brotasen unas alas de su espalda. Presumiblemente, la hazaña más peligrosa que había realizado a lo largo de su vida, fue visitar a un amigo que residía en Brooklyn. Solía relatar aquel episodio cuando iba algo achispada, con los ojos brillantes de emoción, como si aquel día hubiese escapado de una banda de narcotraficantes armados con varias AK-47.

Sin embargo, aquello había ocurrido años atrás. Con el paso del tiempo, las tres habíamos cambiado mucho y, a pesar de nuestras diferencias, seguíamos siendo grandes amigas. A decir verdad, estaba convencida de que el hecho de que fuésemos tan distintas era el verdadero secreto de nuestra duradera amistad. No se me ocurría ninguna otra teoría válida.

Hacía dos noches que habíamos llegado a California. Siempre había fantaseado con vivir allí en algún momento y, aunque mi trabajo en la editorial me impedía cumplir tal propósito, pasar veinte días de vacaciones bajo el sol junto a mis dos mejores amigas, superaba con creces todas mis expectativas. A pesar de que tenía una edad considerable ―¡sabía que el final estaba cerca, pues en apenas unos años traspasaría la barrera de los treinta!―, durante aquellos días me había sentido de nuevo como una quinceañera. En plan viaje de amigas unidas. En plan molamos mogollón. En plan… en fin, supongo que pilláis lo que intento decir.

Elisa había propuesto hacer aquel viaje, alegando que estaba muy nerviosa por su inminente boda ―que se celebraría en septiembre― y que necesitaba tomarse un tiempo para sí misma, antes de embarcarse en una nueva etapa de su vida. Yo no había puesto ninguna objeción porque, al fin y al cabo, nada excepto mi trabajo me ataba a Nueva York y ya había planeado pasar las vacaciones tirada en la cama, comiendo helados y batidos de EJ’s Luncheonette mientras volvía a ver de forma compulsiva ―y por cuarta vez consecutiva― la serie Friends.

Hannah había tenido que consultar con sus padres el plan de pasar las vacaciones en California, a pesar de que tenía veintisiete años y hacía siglos que se había independizado, mudándose a un lujoso ático en la avenida más transitada de Nueva York. Supongo que tener unos controladores padres millonarios también tenía sus desventajas. Bueno, ¿qué digo?, en realidad creo que son billonarios con <<b>>, o multimillonarios. Debería mirar en un diccionario las diferencias entre esos términos, aunque la idea principal queda clara: pasta suficiente como para tirarte en la cama desnuda y lanzar billetes verdes al aire estilo escena cutre de película de sobremesa.

―Está un poco fuerte ―Hannah tosió, dejando el mojito sobre la mesa.

―¡No digas tonterías! ―Elisa ondeó una mano en alto, tras beberse casi la mitad de su copa de un trago―. Me encanta el toque mentolado.

Hannah arrugó nuevamente su diminuta nariz ―era el único gesto carente de elegancia que se permitía hacer a sí misma, a pesar de que su madre solía amonestarla por ello―, y rebuscó en su bolso hasta sacar un folleto turístico y depositarlo con sumo cuidado frente a nosotras.

―He pensado que mañana podríamos ir a la playa, ¿qué os parece? ―su uña, pintada de un brillante esmalte rosa, repiqueteó sobre la idílica imagen que se veía en el folleto―. Al parecer, las playas que están frente a nuestro bungaló son de las mejores de toda la zona.

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⏰ Última actualización: Mar 26, 2014 ⏰

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