Salí del portal de la casa de mis abuelos, me dispuse a abrir el negro y viejo paraguas que me dejaron ya que no sabia que iba a llover esa misma tarde y no cogí uno de mi piso.
La puerta dio un golpe tras de mi pero no me asuste por que ya estaba acostumbrada a sus portazos al salir a la calle.
Caminé por la mojada acera, notaba como el frío traspasaba las mangas de mi grueso abrigo i se deslizaba por todo mi brazo hasta llegar a mi tronco, un pequeño escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Noté como se me ponían los pelos de punta.
Levanté la mirada, oí y vi como chocaban las gotas en la tela impermeable y se deslizaban poco a poco hasta llegar al taco de varilla y caer al suelo.
Bajé la vista, miré a mi alrededor mientras giraba una esquina. Silencio. No había ni un alma en la fría calle, bueno, era normal a esas horas de la tarde, pero me encantaba esa sensación, de escuchar la lluvia y estar sola «Ojalá todos los días fueran así» pensé.
Quedé en un estado risueña, solo existía la lluvia y yo, y caminé, caminé y caminé hasta que...
-¡Hey!
¿Lo había escuchado en mi cabeza? No le presté mucha atención, pero otra vez.
-¡Hey, muchacha!
Di media vuelta, estaba equivocada, era una señora mayor con el pelo blanco con un toque plateado, de baja estatura y con la espalda encorvada. Estaba en la puerta principal de la residencia de la tercera edad de mi pueblo. Me observó con unos pequeños ojos azules.
-¿Puedes llevarme al bar de los jubilados?- dijo con una voz débil y temblorosa.
Ese bar era muy querido aqui, además me quedaba de camino y no tenía mucha prisa de llegar a mi casa. No tenía ningún problema.
-Va... Vale- contesté con un hilo de voz.
Se cogió a mi brazo, lleve el paraguas a su lado para que no se mojara.
Hubo silencio al caminar un poco pero de repente la anciana estaba... ¿Sonriendo? Tuve un poco de temor al gesto que hizo y giré la cabeza para ver si alguien reclamaba su ausencia pero no vi a nadie. «Jo, seguro que me causa algún problema» dije para mis adentros. Miré arriba para ver si se pasaba ese mal trago.
Pasó algo raro, el paraguas pasó a un color granate y ese granate a un tono rojizo. Las arrugosas manos de la anciana ahora eran blancas y con dedos delicados. La miré, su cabello ahora era dorado, suave y sedoso. Vi como sus arrugas, del tiempo y expresión, desaparecían completamente de su rostro mientras su espalda se ergía lentamente. Sus piernas, antes temblorosas al caminar, ahora eran largas y delgadas. Lo que antes era un vestido de flores del mercadillo de todos los miércoles ahora era otro sencillo que me recordó a los años locos o años 20 en EEUU, y sus zapatillas de andar por casa se convirtieron en unos tacones bajos.Fuimos un punto rojo en toda la calle.
Se me quedaron los ojos como platos.
Me miró. Quedé fascinada al ver sus grandes ojos azules que tenían... no se como un brillo en ellos. Y sus labios, oh sus labios, cualquier persona hubiera deseado besarlos, como lo hice yo. Se rió por lo bajo.
-¿Sorprendida?- dijo con voz segura.
-Si...- contesté. Y nos paramos en seco-¿Que pasa?
- No, nada, ya no hace falta que me acompañes, mi marido estará a puntito de llegar.- Me dedicó una sonrisa y añadió- Muchas gracias por ayudarme- Y su sonrisa se hizo mas amplia.
-De... De nada- dije con voz débil al mirarla a los ojos.
-Bueno me voy ya, ciao-
-¡Espera! Te mojarás- le advertí.
Se giró hacia mi y dijo.
- No, tranquila, no me mojaré-
Tenía razón, observé cuando se alejaba que las gotas le rebotaban en la cabeza y no llegaban a tocarla. El paraguas se apagó y quedó en su estado original. Vi como desaparecía en la neblina y decidí proseguir mi camino.
Nunca más volví a ver a esa extraña mujer en toda mi vida, no se lo conté a nadie lo que pasó aquella fría tarde y me guardé ese hermoso recuerdo en un rincón de mi corazón.