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1899:
En el umbral de la puerta la red de monstruos se entretejían vertiginosamente, las tinieblas eran un sólo bloque infranqueable.
Abrió los ojos y cerro la puerta de golpe, sudoroso y asustado. Aquella noche estaba mas oscura de lo habitual y con amenaza de lluvia. Fuertes truenos y relámpagos inundaban el abrumador silencio.
Aquella noche no saldría, ciertamente se sentía mal, la atmósfera estaba cargada de un grado asfixiante, no podría nunca liberarse de la culpa, ni de la soledad, sus fieles compañeras.
Se arrodilló al suelo pidiendo súplicas al cielo, estaba cansado y vencido, temía el final de todo y de nada, ahora estaba más como doblado por el dolor.
El silencio lo corto por la mitad, dejándolo en una absoluta y espesa oscuridad, el viento golpeaba fuerte el pequeño rancho, las gotas caían con una intermitencia casi rítmica, cada vez con mas fuerza acompañando el tambor que ahora era su corazón.
Una alimaña paso a sus pies, haciendo que el vello de su piel se le erizarán, un escalofrío subió desde su espina dorsal, y no lo resistió, entre la absoluta oscuridad decidió salir huyendo de aquel cuarto. Afuera la oscuridad era sólo un poco menos, se tumbó de nuevo bajo la lluvia, la sangre, la sal, y el agua se mezclaron en su ropa.
No se oían ya los truenos, solo las gotas dispersas al caer. Pasados los instantes de quietud o peligro el hombre alzó su mirada, distinguía las sombras como figuras abominables que venían hacerle daño, cerro los ojos, y se quedo escuchando los ruidos de la naturaleza, a lo lejos unas risillas se alzaron hasta tocarlo y producirle un leve temblor; Y nadie hubiese creído, allí, al oír la ternura de la voz, que quien se reía entonces era una criatura maligna.
«Se había dormido de rodillas» se dijo a si mismo, ahora era presa de pesadillas.
Aun con los ojos cerrados hizo ademán de levantarse. Y aunque lo hacia si ruido, sabía bien que no estaba sólo, algo lo observaba, podía sentir la sensación en la espalda. Un buen rato mas consiguió estar de pie, no sin dolor y sin esfuerzo. Lo había conseguido inconsciente a costa de esfuerzos sobrenaturales.
Bruscamente, como sobrevienen las cosas que no se pueden predecir y que no se conciben por su aterradora injusticia, perdió el equilibrio por un fuerte golpe en la nuca. Quedo de pronto sólo porque el silencio era abrumador.
Conoció la necesidad fatal, si se quiere seguir viviendo, de destruir hasta el último rastro del pasado y allí supo, por fin, una verdad triste y cautivadora, lo que es retener en sus brazos los recuerdos que escapan de la memoria.

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