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Las profundidades del paisaje brillaban con la intensa luz de la blanca luna llena, descubriendo los robles negros sin vida que acompañaban a las colinas verdes donde en un gran espacio yacía la calmada laguna helada donde como un espejo reflejaba la paz del frío mundo. En su fondo predominaban las extensas montañas heladas que en sus alturas descansaba la nieve que nunca se derritió, acariciada por el frío viento nocturno. No tan lejos de la laguna, cerca de uno de los grandes robles se acercaba saltando al compás de un baile una joven tan hermosa como el paisaje mismo, alta, morocha de pelo largo, relajaba al lugar con sus acariciantes movimientos femeninos, su tez blanca como la luna, pisaba descalza solamente llevando su vestido blanco. Ya recorrido su camino, se arrodilla en la orilla de la laguna extendiendo sus manos recogiendo el agua que saciaba su sed. El goteo que se producía era tan relajante como la joven disfrutando de la briza y la luna en ese momento. Mira hacía la luna como si le estuviera cantando una canción donde la llenaba de paz en todo su ser y cierra los ojos para disfrutar el viento que la acariciaba con su oscuro flequillo. Toda la naturaleza la quería y ella quería mucho a esa naturaleza, era su hogar, su contención, donde nunca se sentía sola y podía descansar en plena tranquilidad.

Ella vivía en un mundo donde la noche era eterna, siempre iba a estar acompañada por la luna quien era su guía, su protección, ella se nutría de su luz, después no habitaba nadie más, era un solitario mundo frío, lleno de paz donde los pájaros que posaban en las delgadas ramas muertas nunca cantaban, solo observaban y se iban volando para en otro momento regresar. Ella creció ahí desde muy pequeña, la luna la cuidó para que pudiera crecer en un mundo sin terror, sin dolor, sin agonía ni sufrimiento, la luna se encargaba de que todo lo que iluminaba no sea perturbado por ninguna fuerza oscura, era la fuente de vida en toda la noche y de todas las lejanías iluminadas con su blanca luz. Pero más lejos aún, yacían un par de montañas secas enfrentadas entre sí, donde se adentraba toda la oscuridad, era la zona prohibida donde jamás la joven debía entrar, ahí dormían las fuerzas más oscuras de ese mundo, quienes traían dolor, sufrimiento y el quebrantamiento de toda paz, su alimento era el sufrimiento ajeno, seres que no eran humanos, lugar donde quien entraba nunca más salía. La joven tenía en claro las precauciones, desconocía completamente su interior, pero bastaba para no acercarse ni a kilómetros del lugar.

Regresando a la laguna, la hermosa joven de 20 años se recostó sobre el roble más grande cercano al agua y al paso de unos minutos se quedó dormida con un sonrisa. Sin pasar mucho tiempo, no tan lejos del lugar apareció un joven curioso vestido no acorde al panorama del paisaje. Él la miraba como dormía, asombrado por descubrir que no estaba solo en ese mundo, quería acercarse a preguntarle quien era y en donde estaba, pero decidió esperar hasta que ella despertara.

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