Hace ya cuatro meses del suceso. Pasaron ya 122 días después de todo lo que Matías tuvo que vivir, pero él lo recordaba como si hubiese pasado apenas ayer, no podía sopesar la idea de que Helena se hubiese ido, ella era su todo, su razón de ser, sus motivos para seguir adelante, y que esa pequeña puta se hubiese ido por un pequeño infortunio que la vida le dio a Matías no era una excusa lo suficientemente válida como para que lo dejara a su propia merced, en una enorme ciudad como lo era Bogotá, llena de tanta crueldad y oscuridad; una ciudad que apenas si podía reconocer, porque desde que ella se fue la vio incluso más fría que antes, y eso era mucho decir, porque Matías odiaba Bogotá, y no solo eso, odiaba a su gente, a sus habitantes, incluyéndose, pero sobretodo, odiaba cada maldito lugar que cruzaba en sus largas caminatas por ese "nido de ratas" como lo llamaba él. Odiaba todos los lugares menos uno, un pequeño bar de mal augurio que estaba siempre abierto y desolado, ubicado en el centro del nido de ratas, llamado "Neon".
Neon era un bar viejo, no era ni de cerca un lugar lujoso ni excéntrico y mucho menos turístico, las paredes estaban cubiertas de grafitis, agujeros, madera podrida, algunos afiches de mujeres mostrando sus tetas y culos que parecían más photoshop que un cuerpo humano, y manchas de cerveza, sangre y Dios sabe qué otra clase de líquidos más. Habían tres mesas ubicadas detrás de un billar destruido, cada una de estas tenía tres sillas que no podrían aguantar el peso de una persona medianamente obesa; el bar era demasiado oscuro, nada lo iluminaba, excepto por un pequeño candelabro puesto en el techo del lugar que parecía dar la impresión de caer sobre la cabeza de alguien. La bombilla puesta en dicho candelabro titilaba cada dos por tres y no cesaba ni un segundo; el suelo del bar era de madera podrida, algunas tablas estaban agrietadas, por lo que cuando alguien pasaba se escuchaba un crujido molesto que parecía que el lugar se caería abajo, había también una rockola antiquísima al lado de la puerta, que debido a su deterioro sólo podía tocar una canción; el bar-Tender del lugar era un hombre de la tercera edad con un ojo de vidrio y una cicatriz en su mejilla derecha que sobresalía entre sus tantas arrugas que se asimilaban a las de un Bulldog, su traje elegante – Si es que se le podía llamar así a los harapos que llevaba. – estaba tan sucio que el color blanco de la camisa parecía ahora una combinación de distintas tonalidades de color café; sus manos, huesudas y delgadas, estaban cubiertas por muchas manchas cafés, y su cabello cano era tan largo que le llegaba a los hombros, excepto por la parte de arriba de su cabeza, que era completamente calva, tan calva que alcanzaba a reflejar el titilar del bombillo que iluminaba el bar; la barra era muy vieja, era de un metal oxidado y anaranjado, las sillas de dicha barra, seis en total, eran altas y redondas en la base, también oxidadas y cubiertas en la parte acolchada por un cuero que en su momento fue rojo y que ahora estaba tan rasgado y decolorado que no alcanzaba a reconocer su color original, cada silla daba la impresión de tener una letra bordada en dicho cuero, pero que ahora ya no podía reconocerse en ninguna de estas, excepto la penúltima, la cual mostraba una "N" bordada con hilo café, silla que por sorpresa no estaba tan deteriorada como las demás gracias a los cuidados del bar-Tender, y es que por obvias razones la cuidaba tanto, era la silla donde se sentaba Matías todas las noches a las 10:00pm y donde pedía su dosis diaria de alcohol de mala calidad que le ofrecía el anciano empleado.
El bar-Tender se hallaba limpiando la barra y la silla, eran las 9:58pm y sabía que su único cliente no tardaría en llegar. Sonó la campana vieja que estaba en la esquina superior derecha de la puerta de entrada y salida del viejo bar, el bar-Tender pegó un brinco y una vez vio la alta figura de Matías, corrió directamente a la parte de atrás de las sillas de la barra.
Como de costumbre, Matías se sentó en la penúltima silla de la barra, apoyó los codos, éste le devolvió la sonrisa, mostrando sus únicos cinco dientes, putrefactos y negros.
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Neon
Horror"Luego, lo despedazará en porciones, y el sacerdote las dispondrá, con la cabeza y el sebo, encima de la leña colocada sobre el fuego del altar." -Levítico, capítulo 1, versículo 12.