Habíamos sido mejores amigos desde muy pequeños. Con el paso del tiempo, ambos llegamos a la pubertad y las cosas empezaron a cambiar. El trato entre nosotros era diferente, algo incómodo incluso.
Ella me empezó a gustar. Su cuerpo había cambiado y ya no era la niña que conocía de toda la vida. Yo creo que ella sabía lo que yo sentía, pues siempre que me pillaba mirándola embobado, ella se reía, casi diciendo: "tonto".
Supongo que seguíamos siendo mejores amigos, solo que era diferente. Ya no jugábamos y ya no estábamos solos. Estábamos con más personas y ya no queríamos las cosas de antes. Buscábamos libertad, alejarnos de los padres y el colegio y ser la nueva escoria de la sociedad.
Teníamos catorce años y a mí me costaba horrores juntarme con otros. Para ella era pan comido: dos palabras y ya todos eran amigos suyos. Pero es que yo solo quería estar con ella. Quería las cosas como antes; no quería chicos que me incitaban a decir chorradas, hablar de mi vida privada y a liarme con chicas.
Fue una vez, cuando estábamos ella y yo solos, que me miró y me dijo:
-Nunca me liaré contigo.- Y acto seguido, guiñó el ojo tan rápido que me pasaba las noches en vela creyendo que me lo había imaginado.