Confesión

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Una punzada horrible en el cráneo hizo que abriera los ojos con dificultad y conforme la ténue luz se filtraba por entre mis párpados, iba recuperando la conciencia. Parpadee un par veces más sintiéndome fatal.

Los recuerdos vinieron a mi mente y me sentí una mujer incapaz, a causa de los constantes desmayos. Suspiré cerrando los ojos, intentando coger fuerzas como sea, seguro doy pena, con impresión de debilucha. No lo pude evitar, el impacto de la confesión de Abdiel fue tanta, que, simplemente no lo pude evitar.

¿Nos conocíamos? ¿Cuál fue la relación que llevábamos? ¿Siquiera cómo es posible?. Ya que, según él, fue hace mucho tiempo.

Una oleada de sentimientos indescifrables me envolvió, pero decidí enfrentarlos. Abrí los ojos topándome con Abdiel, estaba ubicado en un cómodo sillón en una de las esquinas de la habitación con los ojos cerrados, aparentando estar dormido; no hice ruido, me dediqué a contemplarlo mientras pensaba en algunos cambios, porque no podía quedar como la damisela en peligro, mucho menos como una buena para nada.

—¿Te sientes mejor? — la ronca voz del ángel me dio un susto, provocando que dé un pequeño brinco en mi lugar.

—Mucho mejor— mentí para no causar más molestias, sé que ya tuvieron suficiente de mí el día de hoy.

—¿Te apetece comer algo? — preguntó, se mantenía sereno, con los ojos cerrados.

—No, gracias — y era verdad, tenía la boca del estómago cerrada.

Lo único que me apetecía era hablar, que me dé el beneficio de la duda. Me sentiría mejor si me contase la historia completa y saber de dónde o cómo nos conocimos.

—Entonces, ¿Quieres hablar? — por fin la pregunta que deseaba escuchar.

—Si, por favor — pedí suplicante.

Seguía con los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre su pecho. De repente masajeó con paciencia el puente de su nariz y luego me dejó ver sus hermosos ojos avellana. Se acomodó en su lugar.

—Bien, pero si te sientes mal o quieres parar solo dime —pidió preocupado, un tanto angustiado. Asentí. — Siendo sincero, no sé por donde empezar. Yo… Alisa como te dije, lo había olvidado por completo, todo sucedió hace tantos años que preferí guardarlo en algún lugar de mi subconsciente. — hizo una larga pausa, una mueca de desagrado apareció en su sereno rostro.

—Abdiel ¿Qué sucedió? — me atreví a preguntar.

Soltó un largo y pesado suspiro.

—Yo era rey de un próspero pueblo, todo marchaba bien. Hasta que un día alguien asesinó a mi único hijo, a mi primogénito. Desde ese momento fui cegado por la furia y sed de venganza, mi corazón de volvió oscuro, lleno de maldad. Perdí por completo mis sentidos, sometí a la gente de mi pueblo convirtiéndolos en esclavos, todo mi esfuerzo de años y años cayó en profundo agujero negro. Todos los días había muerte, por hambre, por sed, incluso torturas; me negaba rotundamente a que alguien desobedeciera mis órdenes o peor aún, que se revelaran en mi contra… — ¡Dios! Sus ojos y los míos se llevaron de lágrimas, él parpadeo varias veces para retenerlos. En cambio yo, dejé que corrieran por mis mejillas con libertad. — Mi esposa, la reina escapaba del catillo un par de veces a la semana, ella pensaba que yo no lo sabía, — una tímida sonrisa se dibujó en sus labios — Bajaba al pueblo a repartir un poco de alimento, trataba de alguna manera enmendar mis errores. Ella… ella solo intentaba ayudar y pagó un precio muy alto por ellos.

Se levantó del sillón y empezó a caminar por toda la habitación abatido, se frotó la cara un par veces, secando así con disimulo las lágrimas traicioneros que escapan de sus ojos. Supongo que recordar estos hechos no son nada gratificantes para él, ni para mí. Sentía una opresión en el pecho, un constante pinchazo de dolor en mi corazón.

—Mi reina — continuó — en una de esas salidas fue secuestrada, intenté por todos los medios encontrarla pero, no pude. Nadie me ayudo, nadie estuvo de mi lado aquel día. Y así fue como empecé a pagar por mis errores. Tras días de cautiverio, sin indicios de nada que me indique donde hallarla, fue asesinada y finalmente dejaron su demacrado cuerpo en las puertas del castillo. — llegado a este punto tenía la voz más ronca, quebrada. Entonces dejó que el agua salada de sus ojos corrieran a gusto.

—Abdiel — lo llamé, me levanté de la cama y me encamine junto a él, tenía una necesidad inexplicable de acunarlo en mis brazos y ser su consuelo. — Si no quieres continuar lo dejamos para más tarde u otro día, cuando te sientas…

—No —sentenció, con temor abrí mis temblorosos brazos y envolví su cuerpo, por unos segundos se tentó pero luego se relajó y dejó abrazar. — Tengo, debo de contarte toda la historia.

—Esta bien — lo animé, no se de donde conseguía fuerzas para manterme firme, para no estallar en un llanto a moco tendido. No sabía como era que aun no caía al suelo y no sabía de donde sacaba tanta valentía para rodear con mis brazos al ángel.

—Luego de aquel trágico día, yo estaba devastado y solo. Primero mi hijo y luego mi esposa. Con la íra fluyendo por mis venas planeé mi venganza; sin escrúpulos maté, asesiné a todo ser con vida en el pueblo. — su cuerpo vibro bajo el mio a causa de los sollozos ahogados, me mantuve en calma pero mi corazón latía descontrolado, un sabor amargo subió a mi boca, tragué saliva con dificultad.

—Ssshhhh calma, fue hace mucho tiempo — lo abracé con más fuerza, y froté su espalda de manera suave, buscando tranquilizarlo. — Esta bien, calma…

—Aún no entiendes Alisa — se separó de mi y clavó sus ojos en los míos — Tú… tú eras mi esposa, mi reina. Y a causa de mis errores, de aquella venganza ahora soy lo que soy, un monstruo… La muerte.

Mi mandíbula cayó al piso, mis ojos se abrieron de par en par, mis labios temblaron y un grito ahogado escapó de mi garganta.







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Enamorada de un ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora