Dani
A penas me había quitado unos minutos los auriculares para despedirme de mis padres.
Mi madre me había recordado varias veces que hablaríamos todas las semanas. Que si no me gustaba el campamento no tenía que quedarme a pasar todo el verano. Mi padre aprovechó la oportunidad para recordarme que hiciera algún deporte de grupo y mi madre me puso las manos en los hombros para pedirme que me abriera a los psicólogos y en las terapias. También que hiciera algunos buenos amigos. Que fueran buena gente. Probablemente esto es lo que dirían todas las madres, pero en mi caso cobraba su sentido ya que hacía meses que no tenía ninguno. Los tranquilicé para hacer menos duradera la despedida. Mi madre lloró un poco, y mi padre sonreía de manera extraña. Supongo que, si me parecía en algo a él, era en que a los dos nos incomodaban este tipo de situaciones. Besé a mis padres, y volví a prometer que todo iría bien.
Cuando se hubieron marchado, pensé que tendría que empezar a personalizar mi habitación, ya sabéis, para sentirme condenadamente a gusto al tener mis pocas pertenencias conmigo en aquella extraña habitación. A penas me había traído algunos libros.
En lugar de eso, aproveché para tumbarme en la cama con Green Day taladrándome la cabeza y los sentidos. "Wake me up when september ends..."Desperté sobresaltado, con los auriculares aún puestos que separé de mis doloridos oídos de un manotazo. Miré por la ventana, y las nubes grises que habían vestido el día habían decidido mojar el jardín alrededor de la Gran Cabaña y el bosque con un leve chispeo. Todo era gris, tenue y verde brillante. Cogí la cámara de la maleta y la metí en una bolsa de plástico dentro de mi mochila, temiendo que comenzara a llover más fuerte. La presentación del campamento Los Lagos sería a las nueve según el panfleto que ya me había aprendido de memoria, y no me apetecía nada bajar a cenar. A lo mejor me daba tiempo a salir y fotografiar algo bueno.
La fotografía es el arte que ve sus obras en la realidad que nos rodea, y las inmortaliza en la milésima de segundo exacto en que son arte y no otra cosa. En el momento justo en el que lo natural rebela un sentimiento.
El pasillo de los chicos estaba en silencio, y agradecí no tener que toparme a nadie mientras mis zapatillas sonaban en el oscuro suelo de madera y bajando las escaleras hacia el vestíbulo y la puerta principal que daba al porche. Allí había un grupo de chicos y chicas vestidos de negro, y me preguntaré si coincidiría con alguno de ellos en terapia. Todos habían llegado ayer para dejar todas sus cosas y adaptarse, y por esa pequeña diferencia temporal, comprendí que yo era el chico nuevo.
Me adentré en el bosque, todo un laberinto húmedo de árboles con los troncos verdes y raíces. Ya no notaba las gotas en los brazos desnudos. Me paré a hacer algunas fotografías. Se sentía como estar en un planeta alienígena. En un silencio lleno de sonidos, rodeado de un mundo verde y brillante. Por un momento me alegré de haber venido y no eché de menos la comodidad de mi casa y mi ordenador personal.
Había una chica en los árboles. No, no era mi imaginación. Había una chica sentada cómodamente entre las ramas bajas, con la espalda apoyada en el tronco y el cabello rubio finísimo y largo mecido por el viento suave. Al principio creí que era un sueño extraño, por el hecho de cómo iba vestida. Llevaba un vestido de punto color blanco roto, y había dejado las converse en las raíces de aquel árbol robusto. Sus blancos pies reposaban firmemente en la corteza. Sostenía un cuaderno.
No supe cómo llamar su atención. En lugar de eso, me pegué el visor al ojo derecho, ajusté el objetivo y le eché una foto, como si acabara de descubrir a un hada sentada en una rama en el bosque.
Empezaba a refrescar, y después de alguna que otra fotografía, decidí volver a la Gran Cabaña con la sospecha de que me estaba alejando demasiado. Caminara en la dirección que caminara, un cosquilleo en la nuca me decía que me había perdido. Intenté pensar con la cabeza fría. Alguna roca que me resultara familiar. Algún árbol peculiar que ya había fotografiado. A medida que iba caminando, me iba dando cuenta de lo estúpida que había sido la decisión de adentrarme sólo en un bosque que no conocía siendo un tipo de ciudad.
Afortunadamente, escuché agua. Tenía en la mochila el mapa de las distintas actividades con los ríos y los lagos que rodeaban el campamento y a los que este debía su nombre.
Sentada en una roca frente al río, había una chica vestida de negro, como si quisiera personificar la oscuridad con su chaqueta de cuero y sus pesadas botas. Cuando me acerqué vi que tenía el pelo oscuro recogido en dos trenzas, entre las que se había puesto dos de las flores blancas que crecían a sus pies y fumaba un cigarrillo.
Un rayo de sol aclaró su pelo, mientras el viento movía tapándole la cara un mechón suelto de las trenzas sueltas.
Preparé el objetivo, aprovechando que no se había dado cuenta de mi presencia.
A través de la lente me encontré con los dos ojos azules más claros que había visto en mi vida entre la cantidad más abundante de raya negra que podía haber en un rostro. Su tez ojerosa me estaba mirando con una mezcla de enfado y sorpresa, con el cigarrillo entre los labios rosados.
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Versos de ceniza
Teen FictionVerano. El campamento Los Lagos es un centro de terapia y reinsertación de jóvenes con problemas. Dani es un chico introvertido, que nunca se había implicado demasiado en la vida real. Un trauma del pasado le hará encontrarse en este campamento con...