Capitulo 9

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IX. Y adiós a la paz

Me desperté formando una sonrisa, aún con los ojos cerrados, me di vuelta para acomodarme en el pecho de Sting, pero cuando estire mis brazos, no había nadie a mi lado. Abrí los ojos levemente y me incorpore con lentitud, poniendo la sábana blanca alrededor de mi torso, cubriendo mi desnudez.

Estaba sola en mi habitación. No pude evitar sentirme algo triste, había visto muchas películas que luego de la primera vez de una pareja, los dos despertaban juntos con idénticas sonrisas. Pero Sting no estaba al lado de la cama para sonreírme. Estuve a punto de llamarlo, cuando la puerta se abrió y él entró, tarareando una canción y haciendo equilibrio para sostener una bandeja con un vaso de exprimido de naranja, panes tostados y mermelada de frambuesa.

Sonreí emocionada al verlo. Me arreglé bien la sábana alrededor del cuerpo para no dejar que nada se viera. Aunque, claro, él había visto todo anoche. El recuerdo de la pasión vivida horas atrás, solo hizo que me sonrojé; Sting estuvo magnífico, fue cariñoso, tierno y cuidadoso, perfecto para alguien que iba a tener su primera vez. Le había jurado toda mi vida a mi familia que me mantendría casta hasta mi casamiento, como antiguamente era en el mundo. No quería hacer algo así con una persona que no me amaba completamente y yo a esa persona. Y yo sabía de sobra que Sting me amaba y que yo a él; no me arrepiento de haberle entregado mi virginidad a él.

—Ya despertaste, chérie —dijo él, cuando levantó la cabeza y me miró. Ladeé la cabeza, confunda.

—¿Qué?

—Chérie: querida en francés —me respondió sonriendo, mientras se acercaba a mí. Me dejó la bandeja con el desayuno sobre mis piernas y se inclinó para darme un beso en la mejilla—. Votre petit déjeuner, belle princesse.

Reí, lo único que entendí fue lo último: bella princesa. Acomode mi desayuno en mis piernas y tomé con mis manos el rostro de Sting para besarlo. Él sonrió entre el beso y llevó sus dedos a mi mejilla. Suspire cuando nos separamos y él apoyó su frente contra la mía.

—Me gustaría quedarme todo el día contigo, pero tengo que ir al trabajo —susurró él. Atrapó mi labio inferior con sus dientes y tiró de él hasta que suspire.

—No puedo creer que trabajes los domingos —dije, pasando mis brazos alrededor de su cuello. Sting me regaló una sonrisa.

—Algunos no tienen franco los domingos como otros —me dio un beso en la frente y se paró—. Ahora, disfruta tu desayuno y yo me iré al trabajo, pero estaré acá a las tres y tú y yo partiremos al día familiar de los Dreyar. Y puede que te traiga un collar de rubí.

—Tú me mimas mucho —reproche divertida. Sting hizo una reverencia.

—Vivo para complacer a mi novia. Te amo —agregó, abriendo la puerta de la habitación.

—Yo también te amo —dije sinceramente, como anoche. Él me sonrió y salió del lugar.

Suspire y decidí al menos ponerme algo de ropa para comer. Afortunadamente, la camiseta de ayer de Sting estaba en el piso, coloqué suavemente la bandeja al lado mío en la cama y me estire para tomar la prenda de vestir. Me la pasé por la cabeza y proseguí a buscar mis bragas, aunque no me sirvieron de nada, estaban en un extremo de la habitación rotas. ¿Cómo demonios estaban rotas y yo no me había dado cuenta? Moviendo negativamente la cabeza, salí de la cama para ponerme la ropa interior.

—A comer el desayuno —canturreé, una vez que estuve lo suficiente bien como para comer. Estaba dirigiéndome a la cama, cuando tocaron el timbre del departamento. ¿Quién sería?

Me miré. Obviamente, no podía presentarme así. La camisa de Sting hacía que se pasara desapercibido que no tuviera blasier, así que únicamente me puse mi short negro, que extrañamente estaba sobre la mesita de luz. ¿Cómo había llegado hasta ahí? ¿Es que acaso había estado tan cegada por la lujuria que no me había prestado atención como terminaba mi ropa? Me regañe a mi misma, mientras caminaba hacia la puerta.

Esta es la vida, LisannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora