Absolution

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Amanecía en la pequeña aldea, todos comenzaban a levantarse, algunos incluso ya estaban listos para salir a trabajar. Katherine, de 17 años, se desperezaba en su cama, abriendo lentamente los ojos con los primeros rayos de sol que entraban por su ventana. Bajó a la cocina, a calentar agua y llenar la bañera que había en el pequeño baño en su habitación. Después de su baño, se metió un vestido rosa pastel que llegaba hasta las rodillas, unas zapatillas sin tacón a juego y arregló su melena color rubio cenizo en un recogido con un listón del mismo color. Se miró en el espejo, sus ojos grises aún un poco hinchados, sus labios carnosos y su nariz respingada con un poco de color rojo. Su piel pálida contrastaba con el color del vestido, sonrió satisfecha con su trabajo y bajó a preparar sus cosas.

Tomó un desayuno rápido que constaba de un vaso de leche fresca y un pan con queso que tostó en las brasas de la chimenea. Llenó su bolsa de cuero con los pocos libros que necesitaba, un tintero y una pluma, salió de casa, que era una de las que estaba más cerca de la plaza de la aldea, caminó sólo un poco hasta llegar a ella, donde la fuente de un ángel vigilaba desde el centro de la plaza a todos los puestos y tiendas del mercado y por supuesto, la pequeña escuela.

Muchos en la aldea respetaban y admiraban a Katherine, ella sufrió una tragedia a los 14 años, ambos padres murieron de una enfermedad bastante grave, pero lo que le reconocían era su fuerza: salió adelante por su cuenta, se quedó con el arco y las flechas de su padre, con las que salía a cazar y recolectar después del colegio, para vender lo que conseguía y quedarse con otro poco y vaya que adentrarse al bosque sola era una gran aventura.

Alzó la vista antes de entrar a la pequeña escuela y divisó a lo lejos, cruzando el inmenso bosque, el castillo donde vivían el rey, la reina y un príncipe, un año más grande que ella. La familia real viajaba un día a la semana a la aldea, normalmente los fines de semana y Kate siempre estaba presente, hasta el frente de la audiencia. El príncipe era guapo, ojos verdes, piel blanca como la de ella, cabello castaño claro, bastante alto y musculoso, pero a ella no le agradaba, sabía perfectamente bien, que el príncipe iba más a fuerza que por voluntad propia y el gesto que siempre ponía desagradaba a la chica de sobremanera, <<¿Quién se creee? es un humano igual que nosotros>>pensaba siempre que lo veía. Los reyes eran lo contrario, bastante generosos con los habitantes de la aldea. Justamente de eso hablaba la maestra en la escuela, mañana en la visita, los reyes darían un anuncio de suma importancia y nadie podía faltar, a menos que la razón fuera alguna enfermedad o algo serio.

Antes de regresar a casa y prepararse para salir de caza, iba a pasear al mercado con sus amigas y amigos de clase, compraban distintas cosas y compartían la comida. La mejor amiga de Kate, Elena, una chica no muy alta, piel apiñonada, ojos miel y cabello castaño, miraba en la vitrina de una tienda un hermoso vestido azul cielo, bastante elegante, con mangas largas que en las muñecas se extendían hasta tocar casi el suelo, un escote no muy pronunciado, detalles de encaje y largo hasta el suelo. Kate se unió a ver el vestido y Elena comentó

-Te apuesto dos monedas a que se te vería divino el vestido-Kate se sonrojó ante el comentario de su amiga

-Si, pero ni ahorrando todo un mes de lo que consigo podría permitirmelo, debe costar mucho-dijo algo desepcionada

-No perdemos nada preguntando-respondió Elena al momento que la arrastraba dentro de la tienda. Kate utilizaba el dinero para mantener su casa, tener con que comer, comprar más flechas al herrero y guardaba sólo un poco para cosas que le gustaran.

-Disculpe, señor Fust, ¿podría decirme el precio del vestido en la vitrina?

El señor Fust, un sastre con bastantes años de experiencia, observó a las chicas a través de sus anteojos, sonrió y respondió

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