Kunikida caminaba lentamente, admirando el cielo iluminado por una minúscula cantidad de estrellas en relación de todas las que habían en el universo. Frotó sus heladas manos, la una sobre la otra, generando una pequeña fricción en un intento de olvidar ese helado frío que lo rodeaba y se calaba entre sus prendas hasta llegar a lo más profundo de sus huesos.
Lamentó el haber salido apresurado de su casa, tomándole más prioridad a su propia maleta donde se hallaba su currículum, que a elegir un abrigo más grueso, o simplemente unos guantes. Ahora, armado contra esa fría noche solo con unos guantes y su oscuro abrigo color canela sobre su traje de siempre, siguió caminando, mientras apreciaba el paisaje a su alrededor.
Sentía ganas de perderse por la cuidad, por desaparecer, por hacer algo impulsivo después de mucho tiempo. Aquella rutina, la soledad, y el mismo tic tac del reloj de su vida, que no parecía avanzar si no solo estancarse en lo que podría haber sido, le carcomían las entrañas.
Respiró, dándose un tiempo para que la frialdad del aire ingresando por sus fosas nasales lo trajeran de vuelta, ya alejen aquellos pensamientos tan oscuros que poco a poco luchaban por dominarlo.
- Linda noche, ¿No?
Su corazón de detuvo.
Antes de acelerarse triplicando en anterior ritmo de sus latidos.
La dulce y melódica voz que resonó en sus canales auditivos por lo que sintió una eternidad lo había asustado como no tienen idea. Cuando al fin consiguió que más aire ingresara a su organismo, y reaccionar del odioso pero pequeño shock en el que se había visto sumergido por el extraño sujeto, todo el frío y su tristeza fueron a parar a cualquier lado.
- ¿Nadie te ha dicho que asustar a la gente es de mala educación? - logró exclamar cuando al fin encontró voz para hacerlo.
- ¿Asustar? ¿Yo? Pero si no he hecho nada más que saludar a un completo desconocido. Incluso pensé que te habías quedado congelado allí, de pie, y no quería hacerme responsable de la muerte de otra persona justo el día de mi suicidio definitivo.
La delgada silueta, visible tan solo por unos pocos rayos de luna que se colaban en medio de la espesura de las ramas de los árboles, poco a poco se fue acercando, hasta que le fue totalmente claro y visible la imagen del otro.
Nunca había visto un hombre tan hermoso.
La forma de su rostro era fina, y junto con su delgado cuerpo le daban un aspecto sofisticado y elegante; sobre su piel, del color de la leche... no, incluso más pálida sin llegar a toques enfermizos, caían ondas de cabello del color del chocolate... Si las tocara ¿Serían tan suaves como lo aparentaban?
Y sus ojos, de un profundo marrón daban la sensación de calidez, son el afilado borde de la frialdad. Uno podría terminar perdido en los innumerables secretos que prometían esconder, sería inevitable, eran atrayentes, hipnotizantes. Sin embargo, si excavabas un poco más bajo la aparente tranquilidad que mostraban, pudo sentir un dolor tan agudo que un escalofrío le recorrió la espina.
- Así que Doppo, ¿Qué te trae a vagar por estas calles tan desiertas en medio de tanto frío?
Su pregunta lo trajo de vuelta a la realidad en donde solo eran dos desconocidos hablando en medio de la noche. Esperaba no haber llamado demasiado su atención al quedarse mirando fijamente su rostro, y de solo imaginarlo los mejillas se tiñeron de un leve rosa, que por suerte pudo ocultar en medio de su bufanda.
Ante la implícita pregunta de como sabía su nombre, el desconocido señaló la ficha donde se hallaba escrito su nombre y apellido, que había usado por que la ocasión lo recurría. La arrugó entonces y tiró al suelo, después de todo, no le había servido de nada.
- ¿Cuáles son tus razones para permanecer allí parado en medio de este desastroso clima? - le refutó, evitando la incómoda respuesta que tenía que dar.
Su mirar se tornó más oscuro, tan gélido como el viento que entre ellos se soplaba.
- Es simple: La crueldad del mundo.
- ¿A qué te refieres? - decir que ese brusco cambio no le había asustado, al menos un poco, sería una falacia.
- ¿En serio necesitas una explicación? - su tono mordaz le dejó en claro que debía tener cuidado con lo que decía, y que pese a su apariencia atractiva, había muchas cosas que como desconocidos normales, no sabían acerca del otro.
El moreno rodó los ojos, antes de carraspear levemente con su garganta y abrir sus brazos como si presentara una fenomenal obra de teatro.
- El mundo... ¡Es un asco! Un lugar despreciable donde tener buen corazón no te sirve de nada más que para morir, -su gesto se tiñó de tristeza, antes de proseguir- donde los inocentes están condenados, donde tras el lado tan rosa que la gente quiere ver, se esconde una oscuridad inhumana, tan profunda y asquerosa como no tienes idea...
- Y eso tiene que ver con...
- Quiero suicidarme.
Las palabras murieron en sus labios, mientras observaba la firmeza y sinceridad de aquellos orbes. Por un segundo casi pudo pensar que los vio brillar... sumidos en un pozo de dolor.
- ¿Y? -sintió que algo amargo y caliente subía por su garganta: furia contenida- ¿Acaso crees que vas a poder cambiarlo simplemente con terminar con tu vida?
El idealista apretó los puños, en un intento de reprimir los recuerdos que ebullían en su mente, luchando por salir a flote y lastimarlo como antaño.
- Tú no sabes por lo que he pasado, lo que he visto. Simplemente... no quiero pertenecer más a este horrible mundo.
- No, no he vivido por lo que tú, ni tú por lo que yo. Tal vez tendremos cosas similares, pero tal vez nunca lo sabremos. Pero... ¿De qué te sirve haber vivido tanto, saber tanto sobre este horrible mundo, si no estás aquí para advertir a los demás de que no caigan en eso?
El otro calló, si fue simplemente porque se quedó sin argumentos, o porque estaba cansado de refutar y luchar por lo mismo... el rubio probablemente nunca lo sabría.
- ¿Puedo hacer algo para que no lo hagas? - continuó cambiando su tono a uno suave, tranquilo, como si tratase de apaciguar a una bestia herida, una a la que deseaba ayudar, mientras observaba fijamente con sus iris verdes sus reacciones posteriores.
- ¿Disculpa? - la sorpresa se podía vislumbrar a través de su mirada. Tal vez pensaba que simplemente le recriminaría y se iría.
- Al menos debes tener una razón para vivir, ¿No? Una que ya no encuentras en tu ayer, sino en tu mañana; una con la que al final de todas tus dudas, la escribirás al final de una nueva página. Tu luz en la oscuridad. Tu esperanza. Tu futuro.
Después de unos minutos, él asintió levemente, de manera tan sutil que de haber estado distraído un momento no lo podría haber apreciado. Al tener una posición cabizbaja, se podía notar como un leve medio entre un niño reprendido, y un adulto apesadumbrado, pero que pese a todo seguiría atado a este mundo. Luchando. Anhelando. Viviendo.
De pronto, una dulce sonrisa curvó sus labios, en una tierna expresión que pudo derretir no solo el frío que poco a poco entumecía su piel, si no también algo dentro de su pecho, específicamente en su corazón.
Le tendió su brazo, y cuando lo rozó, sintió la silueta de sus huesos bajo su piel, y la blanca venda que comenzaba en su muñeca y se perdía dentro de su abrigo.
- Mucho gusto, Doppo Kunikida, mi nombre es Osamu, Osamu Dazai.
La sujetó, y se sonrojó ante el tacto del otro. Había pasado un tiempo desde que había tenido un toque tan cálido. Y debía admitir que ese nombre le gustaba mucho.
- ¿Quieres que te la muestre? -expresó, todavía sonriente, Dazai- Mi razón para vivir.
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MIRAI |BSD; KUNIKIDAZAI|
Fanfiction"- Al menos debes tener una razón para vivir, ¿No? Una que ya no encuentras en tu ayer, sino en tu mañana; una con la que al final de todas tus dudas, la escribirás al final de una nueva página. Tu luz en la oscuridad. Tu esperanza. Tu futuro." ACLA...