Hacía frío, pero él no lo sentía. Desde hacía algún tiempo, dormía bajo techo, y a sus años, eso se agradecía.
En el espacioso garaje reinaba el silencio, y la verdad es que se aburría un poco. Hacía dos días que Sam y Dean no salían del bunker, ocupados en lo que fuese que estaban metidos.
Habían pasado muchas cosas, pero en aquel momento, reinaba la calma, y a su edad, un respiro tan largo eran unas merecidas vacaciones.
Aquella noche, si Baby hubiese tenido una boca, hubiese sonreído recordando. Al fin y al cabo, no podía hacer nada más cuando no estaba rodando por la carretera.
Aquellos chicos… Los había visto crecer. Aún tenía sus iniciales grabadas en su interior. Lo habían modificado para adaptarlo a su nueva vida desde que Mary murió. Había cambiado con ellos. Había crecido con ellos.
A veces le daba miedo no volver a aquel garaje. Le había pasado de todo. Le había atropellado un camión, se había caído por terraplenes, frenazos bruscos, carreras contra el tiempo para llegar a algún sitio antes de que ocurriese algo malo… O peor.
Cerca de los Winchester pocas veces ocurría algo bueno. Era lo que tenía dedicarse a cazar monstruos. A veces, no sabía si ellos llegaban a solucionar problemas o a crearlos. O un poco de las dos cosas. Pero era su vida. Primero con John, después con Dean. Al fin y al cabo, él también era un Winchester.
Recordaba con cariño la época en la que estuvo solo con Dean. Nadie le había querido como él. Sí, Dean era su preferido. Lo cuidaba, lo arreglaba, lo pintaba y lo trataba como lo que era, como lo que siempre había querido ser. Su padre, su madre, su hogar.
Siempre que creía que ya no daba más de sí, Dean le cambiaba el motor, el aceite, las pastillas, las bujías… Lo que hiciese falta. Pero su olor, su esencia, siempre era la misma. Jamás le cambió la tapicería, jamás borró las huellas de toda una vida. Y cuando llegó el momento, doce años atrás, por fin Sam volvió a ocupar el asiento que le pertenecía, aunque fuese en condiciones tan complicadas.
Había echado de menos a Sam, a aquel niño llorón que nunca comprendió del todo a su hermano hasta que se montó en él aquella noche.
-Papá ha salido a un viaje de caza y hace días que no ha vuelto a casa
Sam no quería, pero tuvo que volver. Y en el fondo de sus engranajes, Baby se alegraba. La familia reunida de nuevo.
La puerta del garaje se abrió y entraron sus chicos. Sam iba leyendo algo en su teléfono móvil y Dean dijo algo que le hizo fruncir el ceño.
-Ey- dijo cuando se sentó en el asiento del piloto- ¿Me has echado de menos?
Baby ronroneó cuando Dean giró la llave de contacto. Era su forma de decir que sí, que claro. “Born to be wild” fue el pistoletazo de salida. A la carretera. Otra vez.
Si hubiese tenido boca, hubiese sonreído. A pesar de los años, de los achaques, de todo… Tres en la carretera. Por siempre.