Morocho, te brotan lípidos

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En los aposentos donde habitaba el ser más burdo y banal, yacía la más pura esencia de la virilidad; con un erótico toque hormonal, que se olía a cuadras de distancia como grasa de iguana virgen. Cada objeto que poseía estaba subordinado por su estigmático poder, digno de un chongo abanderado en su materia, que dominaba a la perfección pero que no ejercía.

La puerta del taller de madera vieja, costaba abrirla los días de lluvia ya que se hinchaba por la humedad; un picaporte abollado de lamina de cobre. Al entrar, paredes de ladrillo cocido; en los huecos entre ladrillo y ladrillo, familias enteras y generaciones bicentenarias de arañas y arpías de todo tipo.

Sobre las paredes almanaques de mujeres con perfil americano, en mallas enterizas de los '90, cargando peinado abultados de rizos dorados como melenas de leones de safari.

Al fondo, el escondite perfecto para el placer mundano de una noche obnubilada por el deseo fetichista, la fosa en penumbras, con un aroma característico a humedad y a Bardahl TIR Refrigerante.

El rey de esta selva de hierro, el mecánico; la grasa impregnada en su piel como marca a fuego de su destino fatal, vivir ahogado tras el humo de la maquina. Soltero; nunca logró establecer comunicación alguna a causa de su hedor a transpiración y aceite quemado. 24 años; y sus últimos 9 años asolados por la excesiva masturbación con carga horaria de 36 minutos, 2 veces por día religiosamente. Musculoso; dotado de la excitante regalía que le otorga el proceso de limpiar filtros, cambiar motores y aflojar bujías. Morocho; tostado al sol, dorado por el reflejo de los rayos UV que rebotan en la chapa del capot de una chevy. Ojos verdes; como uvas inmaduras contrastadas por la costra que acumulan los parpados y sus bolsas oculares, casi parece el deliñado perfecto que Amy Winehouse envidiaría.

Una tarde de mucho calor, mas precisamente, un 23 de diciembre coincidiendo con el solsticio de verano para el caluroso sudaca engrasado; mientras en Europa celebraban rituales quemando troncos en fogosas hogueras; decide echar sus chirolines en putas, y llama al privado cercano más acorde a su pretendida remuneración.

Ella golpea la puerta de madera quebrantada; él la recibe, le entrega su dinero que son pocos pesos y la lleva a su pocilga alborotado, donde desnuda a la pobre cuarentona avejentada por excesivo servicio social de bajo presupuesto, desgarrando su ropaje y apoderándose de ella como un conejo hambriento.

Al momento de llegar al punto culmine de su mutilación rítmica mecanizada, ella comienza a sentir un penetrante olor a grasa automotriz. Su piel lentamente comienza a ser untada por un oleo impregnante. En un abrir y cerrar de ojos su macho cabrío habría desaparecido, transmutando en una jalea olorosa que iba a permanecer pegada a su cuerpo de por vida.

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⏰ Última actualización: Apr 06, 2017 ⏰

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