Capítulo 1

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El cielo tenía el mismo color blanco grisáceo de la leche desnatada que Tracie ponía en su café. Pero justamente eso le gustaba de Seattle: que no era Encino, donde el cielo era siempre profundamente azul, y tan vacío de nubes como su casa de gente. Tracie había sido hija única de padres que trabajaban en la industria, y se había pasado muchas horas contemplando ese cielo. No más cielos azules y despejados para ella. Hacían que se sintiera feliz cuando en realidad no lo era. Aquí, en Seattle, la felicidad sobre un fondo de cielos cubiertos parecía una recompensa.

Tracie, antes de decidirse a venir a la universidad de Seattle, había considerado las universidades de la costa Este, pero no era suficientemente valiente para ellas.Había leído sobre Dorothy Parker, Sylvia Plath y las Siete Hermanas. Aja. Pero estaba segura de que quería marcharse de California, y también de que se iría a un lugar lo bastante lejano como para no poder volver a su casa los fines de semana. No podía decir, como las heroínas de los cuentos de hadas, que su madrastra era perversa.

Solamente de una agresiva indiferencia. De modo que eligió la Universidad de Washington, y lo bueno había sido que, además de asistir a una excelente escuela de periodismo, había hecho buenos amigos, había conseguido un trabajo aceptable y se había enamorado de Seattle. Y eso sin contar con que Seattle era el lugar de la movida musical más moderna y que ella había conocido una serie de tíos guapísimos. Claro que Seattle, como reconoció Tracie mientras tomaba su primersorbo de cafeína matinal, era una ciudad famosa por los chicos malos, el buen café y los micromillonarios. Y Tracie Leigh Higgins pensó, mientras contemplaba el cielo cubierto de nubes, que ella era aficionada a las tres cosas.

Pero a veces, no obstante, pensaba que había equivocado el orden: tal vez debería renunciar por completo a los chicos malos, tomar menos café y empezar a salir con micromillonarios. Y en cambio se enamoraba de los chicos malos, bebía café como por un tubo y solamente entrevistaba y escribía sobre micromillonarios.

Tracie volvió a mirar el cielo. Phil, su novio, estaba causándole otra vez problemas. Quizá deba dejar el café, salir con tíos de Micro y de Gotonet, y escribir novelas sobre los chicos malos, se dijo, y reflexionó sobre esta idea mientras cortaba su café con unas gotas de leche desnatada. También consideró la posibilidad de comer un pastel de chocolate, pero se riñó a sí misma porque creaban adicción, y ella los había dejado para siempre. Y entonces le pasó por la cabeza que dejar a Philip o escribir un libro eran dos ideas tan perturbadoras que ansiaba el consuelo de un pastel de chocolate.

¿Sería lo bastante valiente como para dejar su trabajo y dedicarse a escribir libros? ¿Y acerca de qué podía escribir? Decidió que escribir sobre sus ex novios le resultaría muy violento. A Tracie le encantaba sentarse cada mañana a leer los periódicos y mirar pasar la gente por la ventana del café, pero si no se ponía en marcha iba a llegar tarde. Tenía que escribir otro artículo más sobre uno de esos tíos de Internet. Un aburrimiento.

Bebió un sorbo de café y miró la hora. Espera. Quizá debería renunciar a los chicos malos y escribir sobre el café... Pero a esa hora de la mañana todo era confuso. Ella era un ave nocturna. Por la mañana no podía pensar en nada. Esperaría al próximo año para tomar alguna decisión drástica. Hoy tenía que entregar el artículo sobre uno de los chicos prodigio de las nuevas tecnologías de Seattle. Pero antes tenía que terminarlo.

Después vería a Phil.

Esta última parte de su pensamiento la hizo estremecer, y cogió la taza. El café ya estaba casi frío. Bebió un último sorbo y se preguntó si podría marcharse más pronto del trabajo e ir a la peluquería antes de ver a Phil.

Sacó una libreta de notas y escribió: «Pedir hora a Stefan para corte y peinado»; después recogió su monedero y su mochila y salió a la calle.

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⏰ Last updated: Jul 11, 2017 ⏰

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Chico malo busca chica -OLIVIA GOLDSMITHWhere stories live. Discover now