Back to you©.

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Y como cada noche, caminaba sola por la acera, con su mente vagando, los brazos adoloridos y las piernas cansadas. Cada día se sentía más exhausta. Se estaba consumiendo, se desquebrajaba poco a poco en el interior, sintiendo el filo de sus trozos rotos cortándola por dentro, acabándola poco a poco.

Su vista se nublaba. Por unos instantes, creyó estar a punto de desmayarse, pero no eran más que lágrimas, que no eran mucho mejores. Era señales de debilidad, cobardía y miles de cosas terribles. No era bueno llorar. Eso pensaba ella, al menos.

Desde su partida, todo le causaba sufrimiento.

Se despertaba a mitad de la noche, con su nombre atorado en la garganta, sin poder acabar con aquello. Las pesadillas nublaban sus sueños, en los que lo volvía a ver. Estaba devastada y, poco a poco, volviéndose loca.

Él siempre fue su apoyo, esa pared que te sostiene cuando el mundo comienza a dar vueltas bajo tus pies. Ahora no estaba, y caía de bruces a cada leve movimiento, sin su pared cerca. Evocaba su recuerdo, por masoquismo. Todavía podía sentir su aroma en su lado de la cama, podía verlo en la cocina, preparándole el café como a ella le gustaba. Podía sentirlo cantar desafinadamente en la ducha, podía sentir sus gruesos brazos rodeándola, haciéndola sentir segura, en casa. Sus brazos eran su hogar. Pero cada vez, su recuerdo se hacía menos claro y la forma de su rostro perdía coherencia.

Podía recordar aquel último beso en las escaleras, aquél en el que se juraron amarse por siempre.

Y ahora su para siempre estaba con él.

Sentía que le dolía el pecho. No podía respirar sin él. Todo fue su culpa.

Con las lágrimas cayendo sobre sus brazos desnudos, levantó la vista hasta el último piso del edificio abandonado que tenía en frente. Acabar con todo en aquel momento sería sencillo.

Su voz retumbaba en su cerebro con cada paso, cada escalón que subía, era un «No», dicho con aquella gruesa pero aterciopelada voz que una vez la había enamorado.

Pero ahora nada de eso importaba. Lo había perdido.

Varios pisos luego, ella mantenía sus pies en el borde del tejado, observando como la vida bajo ella no se detenía por el hecho de que estuviera sufriendo. Gimoteó por última vez e hizo un repaso mental de su vida, enumerando buenos y malos momentos. La mayoría de la primera categoría estaba atados a él. Veía la gente caminar, tomados de la mano, ignorantes de lo que sucedía sobre sus cabezas. Y lo seguirían siendo, hasta que fuera demasiado tarde y no hubiera reparo de lo que estaba apunto de hacer, que bien podía ser considerado cobardía.

Lo que no saben, es que el suicidio no es cobardía. Debes tener agallas para ir contra tus instintos y lanzarte de la última planta de un edificio. Pero sabía que era la salida al sufrimiento, dolor y su increíble pérdida, la cual le había dejado un vacío tan profundo en el pecho, que fue incapaz de llenar con nada. Cuando él llegó a su vida, se sintió tan completa que ahora sin él, no era más que una cáscara de huesos llena de aire, sin vida, sin alma.

Si tan solo pudiera sentir sus brazos una vez más, sus labios en su cuello, su respiración causándole cosquillas, incluso escuchar su risa, retrocedería y seguiría por él. Pero eso no sucedería, y lo sabía.

Cada pizca de esperanza que le quedaba murió, y dio un paso al frente. El último paso.

Mientras caía, sonreía, contenta y ansiosa de su encuentro con él. Lo vería de nuevo, en la siguiente vida, si es que ella la merecía. Definitivamente, ella no era como él. Él era un ángel. Ella estaba llena de demonios. La única manera de acabarlos, era acabarse a sí misma.

Primero sus pies se estrellaron contra el pavimento, con un sonido crujiente. Seguido fue su cabeza, la cual rebotó contra el pavimento, rompiendo su cuello. Inmovilizada, sonreía mientras las últimas lágrimas de su vida salían de sus ojos. Pero no eran de tristeza. Era de felicidad. El dolor y todo lo demás, acabaría por siempre.

Todo se tornó negro, excepto una silueta, llena de luz y vida. A lo lejos escuchó su risa, la risa que tanto amó. Poco a poco, la silueta fue tomando forma y mostró su rostro. Sus altos pómulos, su cabello oscuro, sus ojos azules vibrantes y su sonrisa con un hoyuelo. Él la estaba esperando, vestido de blanco.

Y así, volvió estar entre sus brazos. Luego de tanto sufrimiento, volvió a su hogar.

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