Funeral

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Los jardines estaban atestados con personalidades de todo la nación, y si bien el muerto no era ni un real ni un noble, todos los anteriores estaban presentes, hasta el mismo rey.

- Su Majestad, tengo entendido que usted era un poco cercano al honorable señor Vaus, pero, si me lo permite, no creo que lo suficiente como para interrumpir las oraciones del hijo en el haiden.

- No te lo permito, y de verdad necesito hablar con él. Creeme, soy apto de entrar.

El Rey Raj de la Casa de Chakra se dirigió al oratorio con su kimono negro, como el que todos los hombres adultos deben usar, pero claro, con clase siempre se puede hallar la forma de destacar y ostentar incluso en un estilo tan homogéneo. El negro de su fábrica era como un brillo inverso que creaba una uniforme sombra a su alrededor, como si al acercarse a este el atardecer llegara y el Sol se comenzara a esconder; y en la espalda, su kamon, la insignia de la casa real: los símbolos de los 4 mares encerrados con sogas entrecruzadas.

Con cuidadosos pasos iba por el sendo hacia la sagrada estructura de madera. Al entrar, en el ataúd yacía el hombre que hacia menos de un día fuese el plebeyo más poderoso del reino, John Vaus, con su correspondiente kimono inverso de difunto, idéntico al que portaba en vida, pero ahora en blanco, y con todos los antiguos grabados en negro. Junto a él, de rodillas su hijo, Rock, quien ahora vestía lo que su progenitor, pues se había transformado tempranamente en la cabeza de la casa Vaus.

- Sabes que no tienes que fingir que rezas a los dioses por el alma de tu padre. Tu familia está distraída con los invitados, y aparte de mí solo el sacerdote puede entrar sin permiso.

- Esa es suficiente razón para actuar entonces.

- ¿Cuándo has escuchado que uno de esos hombres chismee? Están muy ocupados hablándole al aire.

- No pensé que usted fuera un hombre de poca fe. - Rock se compone para charlar más cómodamente con el rey.

- ¿Y tú sí?

- Creo que alguien debió hacer todo esto. Lo que no creo es que les importemos nosotros o nuestras plegarias. Más bien somos un entretenimiento muy elaborado.

- Interesante visión. Pero sabes que no irrumpí con motivos de debatir sobre temas de dioses.

- ¿Oh, por qué no? Hace tiempo que no sostengo una plática acalorada con alguien. Pero no haré a Su Majestad perder el tiempo. Dígame entonces que busca.

- Reafirmar nuestro pacto. Pronto levantaré a mi ejército contra el shogun y no quiero dejar cabos sueltos.

- ¿Es que usted no confía en mí?

- En nadie para ser preciso.

- Pues hace bien. Y para alivio de usted, concedame informarle que permaneceré de su lado por un módico precio.

- No hay porque rediscutirlo; tendrás tu título... - El rey hace mueca de fastidio, pidiendo con un gesto de la mano que pase a algo más relevante antes de ser interrumpido.

- Sí, mira... no estoy seguro de que vayas a ganar. - Rock coloca sus brazos tras su espalda, como señal de respeto, pero sin dar un paso atrás o hacerse pequeño, mostrando su firme postura.

- En el momento que a mi me plazca puedo mandarte a ejecutar por el asesinato de tu padre y después expropiar tu empresa.

- Pero odiarías hacerlo, porque sabes que no tienes la capacidad para dirigir Trenes Continental, obviamente quedaría al mando de tu Ministro de Moneda, y lo último que quieres es que el gabinete tenga acceso a conocer lo que ocurre aquí. - Un hombre de poca estatura, pero con una mirada que no solo muestra seguridad, sino un placer arrogante en poder hablarle de ese modo a un monarca. - Pero... permitame explicarme mejor. - Sabe que es un juego de tira y afloja. - Es solo que no me basta con ese título nobiliario que usted promete... es más... si gusta no me lo dé; yo busco algo más... - Hablaba agitado y moviendo los brazos como un niño hiperactivo para de golpe romper en un rostro serio, ya sin ninguna mofa. - Quiero ser alcalde en uno de los distritos de la capital.

- Sabes que yo no controlo eso. Mejor acepta mi oferta para tornarte en señor, no tienes idea de cuantos nobles anhelan casar a alguna de sus hijas contigo, y no pueden por ser técnicamente un plebeyo; tus hijos serían miembros de alguna gran casa y tendrías todos los beneficios de una provincia entera a tu disposición.

- Suena a que eso tomará demasiado tiempo y carezco de la paciencia. Además, usted bien sabe que si reclamo por una alcaldía es que estoy bien consciente de la inmensa influencia que esos hombres en la capital poseen. Nada que una tonta provincia me pueda proveer.

- De acuerdo. Pero con esto asumo que me brindarás tu completa ayuda sin posibilidad que te cambies de bando.

- Pues por costumbre no prometo cosas... pero no es como que alguien me pueda otorgar mejor oferta... así que tomelo como un sí.

El rey mira con una nada sutil insatisfacción a Rock; un plebeyo de la mitad de su edad que no solo no lo respeta, pero mucho peor aún: no le teme, y solo agranda esa sonrisa cínica al ver el disgusto de Su Alteza.

Este sale del oratorio; de inmediato hace presencia y nota el cambio en todas las personas, siente el peso de los demás que intentan disimular como se empequeñecen, pero no es suficiente para aliviar la humillación que siente por la falta de respeto de su aliado... solo mira el cielo que de pronto está nublado, y ya la magia de su kimono no resalta. Duda de si mismo...

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2017 ⏰

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