Siento el dolor dentro de mi cuerpo, adentrándose en mi cada vez que me mira con esos ojos impenetrables. Esa mirada fija que me recorre todo el cuerpo de una forma inadecuadamente indiscreta, mientras su lengua humedece sus finos y arrugados labios, rozando su espeso bigote del que chorrea sudor por la excitación del momento. Me entran arcadas. Tengo ganas de huir, de salir de la habitación pero sé que lo que me espera afuera no es mucho mejor que el repugnante espectáculo que me tocara protagonizar en unos cuantos segundos. Me quedo paralizada observando su miembro erecto, casi no se ve ya que lo cubre su enorme y amplio abdomen. Veo como se acerca ansioso y de un momento a otro mi alma atemorizada abandona mi cuerpo para escapar a un lugar lejano. Espera sentada en el otro lado de la habitación mientras observa como mi cuerpo es mancillado de una forma inhumana por ese agonizante camionero.
El dolor me inunda desde hace mucho, si no es por una cosa es por otra, y si no encuentro motivo alguno me invento una excusa para poder justificar ante mi misma la causa de mis noches en vela, de mis lágrimas sin sentido, de mis ganas de quitarme la vida así como así de un segundo a otro. Paranoias de una inepta.
Me pregunto si hay más gente que esté pasando por lo mismo que yo... Por ese abismo de ideas locuaces y sin coherencia que me atormentan día a día. Es como si fuera una expectante de mi propia vida, me siento impotente y es muy frustrante.
Dicen que la vida son 3 días, seguramente aun teniendo en cuenta mi corta edad me siento como si hubiese desperdiciado ya 2 de ellos. Ojalá alguien me diera las respuestas que tanto busco de forma desesperada.
Vuelvo a la realidad. Me deposita un billete de 20 euros en mi escote que todavía no ha desarrollado canalillo. Le guio con educación hasta la puerta y me quedo tumbada en la cama asfixiada por el olor a hormonas que desprende el colchón, me da asco encontrarme ahí pero mi cuerpo carece de las fuerzas suficientes como para erguirse. Necesito descansar, pero mi mente no me deja, la astucia de mi conciencia se apodera de mis pensamientos y me critica hasta desmoralizarme por completo. Le da vergüenza ver como he acabado tras tanto esfuerzo.
Termina la jornada, y salgo del antro acompañada de los sucios halagos de los clientes. Al abrir la puerta los rallos del sol me penetran provocando una reacción de molestia en la mirada, pasan segundos hasta que mis ojos se acostumbran a ese especial resplandor. Dos mujeres que pasan por la calle me observan como si de un cuadro tratase, chismosean sobre mi frágil aspecto y critican el hecho de que haya salido de un bar como ese.
Me siento en el parque de las afueras, recuerdo que mi madre decía que era un lugar mágico ya que ver un atardecer desde ese punto de la ciudad era como contemplar un milagro. Los pájaros cantaban al ritmo que el sol iba cayendo, parecía de cuento.
Cuando estoy triste, o necesito apoyo me siento en el tercer banco a la derecha y me desahogo escribiendo hasta que de una forma que no logro comprender el dolor desaparece.
Otras veces simplemente contemplo a la gente que pasa por allí. Me gusta imaginarme quienes son, qué es lo que quieren y hacia dónde van. Hoy era una de esas veces. Observo desde lejos como si ellos fuera una película y yo la espectadora, pongo palabras en sus labios y pensamientos en su mente. Me siento poderosa, como si pudiese hacer cualquier cosa. Además, me ayuda a matar el aburrimiento. Pasa el tiempo y acabo diciéndome por ir a casa aún no teniendo ganas.
Mientras rondo las calles del barrio que tan familiar me resulta, siento la tensión del ambiente. Me da vergüenza ir vestida de forma tan informal, me tapo más con el abrigo. Tengo el rímel corrido del mar de lágrimas saladas que expulsó mi cuerpo cuando mi alma lo abandonó. Agito la cabeza y borro ese pensamiento de mi mente. Antes de que me dé cuenta llego a mi portal, saco las llaves del bolso, abro, y subo las escaleras. Vivo en el tercero y desde el primer piso que oigo los gritos de mi padre riñendo a mi hermana pequeña.

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El Grito Ahogado.
PoetryEs difícil amar a alguien cuando te desprecias a ti mismo. Es difícil pretender ser libre cuando vives atrapada bajo tu piel. Es difícil ser una rosa, cuando todas las flores a tu alrededor están marchitas.