El Grito Ahogado.

Adiós placer.

A veces desearía poder tener un descanso de mi misma. Estoy harta de ser yo, de mis complejos y sonrisas falsas. De la idea que tiene la gente de mi, y es más de como soy en realidad. Estoy aburrida de mis chistes, bromas y tonterías que con el paso del tiempo se me van haciendo más y más monótonas. Me repelen mi forma de comer, reír y hacer ambas cosas al mismo tiempo. No me gusta mi negación al esfuerzo físico y menos la forma en la que actuo cuando estoy nerviosa, que es muy a menudo. Simplemente pido poder cogerme un fin de semana dejándome atrás, perdida en algún bosque.

Por desgracia, no creo que haya ningún genio mágico que se moleste en concedérmelo...

Unas horas más tarde.

Me encuentro tumbada en el suelo, noto como el sudor se desliza por mi piel. Experimento un calor frenético peor que la fiebre. Me arden las mejillas y mi cuerpo está sometido en un dolor intenso que no puedo explicar con palabras.

El cansancio me inunda secuestrando a todo rastro de voluntad existente en mí.

Cada día que pasa me voy dando cuenta de que ya no me quedan principios.

Vuelve. Quiero moverme, salir corriendo, pero no tengo la fuerza suficiente.

Lo observo, es un hombre de unos cuarenta y tantos, alto y grueso en terceras dimensiones. Tiene pinta de trabajar en alguna oficina y ser un marido excelente.

Me pregunto que pensaría su mujer si supiera a donde va cuando dice que se le alargan la reuniones.

Se quita los bóxers, y se arrodilla en frente mío. Tengo a su miembro en primer plano, me golpea con él. La verdad, es que tengo ganas de cortárselo. Los hombres que engañan a sus mujeres no merecen mi respeto. Aún así, el oficio es el oficio.

¿Soy patética? Supongo.

La mente se me queda en blanco cuando me lo introduce en la boca, es enorme. Me entran arcadas y siento que me asfixio. A veces fantaseó con el hecho de apretar la mandíbula y destruirle la fantasía de tirarse a una chica menor de edad en el cuarto trasero de un puticlub de poca monta.

Me evado siguiendo la rutina y despierto del trance tres cuartos de hora después. Cojo lo que es mío, y salgo en dirección a mi casa.

Al llegar tiro mi ropa interior a la basura, pues está manchada de sangre y de recuerdos avinagrados.

Tras descansar un poco, me alzo de la cama y cojo un libro de la estantería. "Anna Frank". Paso unas horas leyendo hasta que me lo término, no puedo evitar llorar. La historia me conmueve, es hermoso todo de ella. La historia, la escritura, hasta el hecho de que fuese real le da un toque que me eriza la piel. La pena es el final, pensar el dolor por el que debieron pasar, es triste.

Me da ganas de escribir, cojo un trozo de papel perfumado y un boli bic negro.

"A lo largo de mi todavía corta vida la gente me ha criticado, juzgado y menospreciado. Nunca nadie se ha parado a decirme que soy buena en lo que hago, o tan si quiera me han dado ánimos en perseguir mi sueño, mi parpadeante futuro...

Hiciera lo que hiciera día tras día, me levantaba con pegas e insultos acerca de mi vida, o simplemente de mi forma de ser.

Hubo una época en la que pensaba que yo sobraba, que no pintaba nada en este mundo. Que yo estaba aquí por error, y la idea de desaparecer me reconfortaba...

Pues, nunca he destacado en nada y mis defectos siempre han superado a mis virtudes.

He pasado una gran parte de las noches de mi vida en vela llorando por gente que ahora me doy cuenta que no merecía la pena.

Se puede decir, que por aquel entonces y si hay que ser sinceros todavía me sigue afectando demasiado lo que la gente diga de mi.

Pero, tras mucho esfuerzo he llegado a comprender una cosa que me ha servido como arma frente a las cuchillas y a las lágrimas.

"A veces, cuando la gente piensa que no va a poder cumplir su sueño se dedica a intentar estropear los de los demás."

Lo que digo es lo que sé y lo que siento es lo que soy.

¿Y sabéis qué? Me siento orgullosa de no ser perfecta, pues prefiero eso a convertirme en un clon más de esta sociedad."