Ella estaba allí, seguía allí, en mi habitación, en mi cama; serena, con sus esferas cafés cubiertas por sus parpados oscuros y sus extensas y abundantes pestañas negras, que para colmo le hacían un cariño suave a sus mejillas rosas ( yo quería hacerle ese cariño). Sus cabellos negros caían con una especie de amor-odio por su pequeño y agraciado cuerpo, haciéndola ver como un ángel, mi ángel. Llevaba tan solo mi camisa, sus piernas desnudas se movían con un ritmo que solo sonaba bien en su cabeza. Parecían querer seducirme, me pedían casi a gritos que pusiera sobre ellas mi tacto, mis labios.
Sus telones se abrieron para mostrarme la más hermosa obra de Dios, la primera mirada del día, su primera mirada. ¡Que maravilla!.
Me miro sorprendida por unos segundos y luego me regalo una gran sonrisa que mostraba sus blancas perlas y resaltaba sus preciosos hoyuelos, verla me daba esa tranquilidad que hace que te sientas feliz durante una semana, con ella, incluso un mes, dos o un año, quizá diez nunca lo sabría, puesto que el tiempo se detiene cuando me sonríe.
-Buenos días princesa- le dije con dulzura mientras me sentaba en la orilla de la cama con cuidado de no aplastar sus pequeños ( en comparación con los míos) pies, la miré y me quede perplejo, nunca en todo lo que llevábamos juntos me había fijado en lo tan perfecta que podía ser así mismo, natural, con su pelo enmarañado, su maquillaje algo corrido, con ese brillo mañanero de sus ojos.
-¿Porqué me miras así? ¿Tengo saliva?- me dijo mientras hacía gestos que parecían extraterrestres. Juntaba sus labios con su nariz mientras arrugaba el entrecejo y entrecerraba sus hipnotizantes ojos que me enamoraban. Con su pulgar trato de limpiar la saliva invisible en la comisura de sus tentadores y rojizos labios lo que me sedujo de cierta forma y a la vez me causo ternura.
Ella podía ser de tantas formas, era una chica madura que se divierte y disfruta como un niño, de existir, de la vida misma, del amor.
Yo la quería, incluso más allá del cariño había un aprecio infinito, una amistad eterna entre amantes, entre dos seres que no necesitaban estar juntos pero aún así les gustaba su unión.
-No hay razón alguna, apreciaba tu perfección- Ella se sonrojo, como solía hacerlo siempre que le decía algo lindo. Adoraba verla sonrojada, ¡pero solo por mi!, no soportaría que sus mejillas expresaran su vergüenza por las palabras "lindas" de otro.
-Eres un idiota- suspiró- ¿lo sabías verdad?- Claro que lo sabía, lo sé, lo tengo bastante claro, me vuelvo un idiota tan solo con su presencia.
-Mira quien habla, mocosa malcriada- dije con voz autoritaria, desafiándola a seguir. Puso su mano en el pecho e hizo un gesto de incredulidad de película. ¡Que graciosa se veía!
-Estás buscando pelea- Asentí con fuerza y ella se lanzó contra mi con vigor y caímos al suelo, ella comenzó a hacerme cosquillas, ¡y maldición! soy cosquilloso. Comencé a moverme como pez en tierra, mientras reía a carcajadas; ella también lo hacía. Nos estábamos divirtiendo.
Las cosquillas cesaron, corrió un largo mechón que se posicionaba dominante sobre mis ojos y algo de mis mejillas. Tomó mi rostro y lo acercó a ella hasta unirnos en un tierno beso que dio por acabada la guerra.
-Te quiero- susurró en mi oído con su delicada voz.
-Pero yo más.