María

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En un enorme bosque de las inmediaciones de Paso de los Toros se encontraba una pequeña casa, hecha de madera y troncos viejos. Con cortinas percudidas, y algunas ventanas rotas. Las maderas presentaban humedad y el techo estaba a punto de romperse con muchísimas goteras. La lluvia y el sol en su conjunto la habían terminado de acabar.

Las ratas entraban y salían de las paredes y algunos mapaches luchaban por la comida. En ella habitaba una madre soltera, joven, de apenas 22 años, con su pequeña hija.

Una típica familia campirana. Solo eran ellas dos.

Cuando la niña cumplió los seis años su madre la inscribió a una escuela, la única que había por la región. Era una región bastante pobre, todo el dinero se movía como el río, cuesta abajo, desde que la Termoeléctrica había llegado al pueblo y habías traído a sus propios y extranjeros ingenieros, la comunidad comenzó a empobrecerse.

Los trabajadores se mudaron del lugar, el gobierno expropió sus tierras que quedarían bajo el agua, y estorbaban para la construcción. La comunidad vecina, en comparación se enriqueció con el dinero de los trabajadores. Nadie se quedaba en el pequeño pueblito en medio del bosque, buscaban las facilidades de la ciudad Paso de los Toros.

Hasta ese lugar, a casi 4 kilómetros, se encontraba la escuela de la pequeña María. En el camino de su casa a la escuela gratuita era de al menos dos horas; caminando por en medio del bosque y tomando un autobús que salía del viejo poblado montañés hasta la pequeña ciudad.

Pero no se rendían, su madre le prometió que le daría lo que ella nunca tuvo, una verdadera educación. Ella ganaba un poco de dinero sirviendo tragos en una cantina cercana y ayudando a los campesinos ancianos cuando había que recoger la cosecha. Aunque con el paso del tiempo, cada vez eran menos campesinos que ayudar y más tragos que servir.

Una tarde, después de casi un mes en la escuela, en la pequeña cabaña la joven madre se alistaba para ir por su hija a la central, donde el autobús regresaba a los chicos del pueblo que hacían el pesado viaje de regreso. Justo cuando se estaba colocando la bufanda, una niña pelirroja abría la puerta y con un par de pies enlodados ensució el piso por su andar; era únicamente una duela de color café claro.

—Adiós, fenómeno —gritaban desde afuera.

La mujer alzó la cortina y pudo ver a un grupo de niñas salir huyendo ante el ojo expectante de la dueña de la casa.

La mujer se giró. Buscando a la pequeña que había entrado corriendo. —¿María? —nombró a la chica, con sigilo.

No hubo respuesta. A lo lejos se escuchaba un sollozo contenido.

—¿Estás bien, amor?

—No... —sorbió su nariz—no estoy—decía una pequeña y dulce voz dentro de la habitación más pequeña.

La mujer entró lentamente a la habitación y fijó su mirada en el closet. Había una puerta con pequeñas rendijas que temblaba.

Ella abrió la puerta y se encontró a una pequeña niña de pecas, con cabello rojizo con la cabeza baja. —¿Otra vez esos niños?

Asintió sin decir más.

—Ven, amor... —le tomó de su mano y la jaló hacia la luz artificial que emanaba de una lámpara sobre el buró de la cama.

Entonces pudo ver un enorme hematoma en una de las mejillas de la niña. Intentó guardar la compostura pero entonces la niña dijo:— Ya no quiero volver a esa escuela...

Historias cortas: Abandonada.Where stories live. Discover now