Abrí mis ojos lentamente.
La luz cegadora que se filtraba por la ventana, me hizo cerrarlos de nuevo.
Un suave gruñido sonó en mi garganta al mismo tiempo que un par de labios acariciaban la curva de mi cuello, “Amor, es hora de despertar”, su voz era ronca y suave a la vez.
Una sonrisa tiró de las comisuras de mi boca. Podía sentir su barba sin afeitar haciéndome cosquillas. Sus manos me tiraron más cerca de él, tocando cada pedazo de piel expuesta; la cual era mucha, tomando en cuenta que sus agiles dedos pronto arrancaron la tela que me cubría.
Me escuché reír ante su impaciencia, lo que él respondió con un resoplido.
Despertar a su lado, de esta manera, siempre aliviaba el enorme peso que traía conmigo desde hace mucho tiempo.
Siempre rechazada, ignorada y con una baja autoestima, no era el hazmerreír de nadie más que de mi misma; porque lo cierto era que disfrutaba lastimándome con palabras que esperaba escuchar de los demás y que sin embargo, nunca llegaban.
Me acostumbré a esto, convirtiéndolo en un hábito. Aceptaba lo que todo el mundo quería, poniéndolos de primero en mi lista por hacer, dejando lo que yo quería en un segundo plano.
Fue entonces cuando lo conocí. Él era la perfección en todo su esplendor. Amable, sociable, atento, eran las palabras que vinieron a mí en nuestro primer encuentro. Pero no fue eso lo que me ganó. La manera en cómo me miraba y las dulces palabras que iban dirigidas a mí, lo hicieron.
Nunca nadie me había visto de esa forma. Nadie que no fuera de mi familia, al menos. Él me escuchaba y animaba, logrando que me enamorara perdidamente de él.
Había sido una gran sorpresa cuando me confesó que sentía lo mismo. Pensé que alucinaba porque era lo que menos esperaba. Lo imposible.
Ahora, él yacía a mi lado. Me hacía el amor como nadie más podía hacerlo. Sus caricias y besos apasionados me llenaban, saciándome. Al ver su expresión satisfecha cada vez, me tranquilizaba. Podía relajarme en sus brazos, sin preocuparme por haber sido buena o no, porque para él era la mejor.
“Te amo…”, susurró en mi oído, “Despierta”.
El infantil grito que llenó mi habitación me despertó de un sobresalto. Siguieron las risas.
Con un fuerte suspiro y una triste sonrisa, me volteé para ver el lado vacío de mi cama. Todos los días era lo mismo. Él aparecía en mis sueños y se iba en cuanto despertaba.
Había momentos en donde no estaba segura si todo alguna vez sucedió o solo era parte de mi enferma imaginación. Quería creer que era lo primero, sino, me vería en la obligación de ir a un psicólogo en busca de ayuda.
Me quedé unos minutos más en la misma posición, enfocando mi mirada en un punto en la pared hasta que un leve hormigueo me recorrió desde los pies a la cabeza.
“Despierta…”, murmuré en voz baja. Deseaba poder hacerlo. Quería abrir mis ojos y darme cuenta que mis sueños no eran solo sueños después de todo. Quería tenerlo a mi lado, con sus brazos rodeándome, protegiéndome y haciéndome sentir amada.
Extendiendo mis brazos frente a mí, en lo que solo parecía un abrazo, noté un apenas perceptible golpe morado que no había estado ahí antes. No me sorprendía, siempre aparecía en el mismo lugar cada mañana y desaparecía antes de irme a dormir. Me gustaba pensar que era su manera de hacerme ver que ahí estaba él, en el aire, a mí alrededor y que no era solo un sueño.
Lo había conocido, me había enamorado perdidamente de él pero no pudimos estar juntos. Nunca lo haríamos. Él se había ido sin darme una oportunidad. Sin embargo sabía que él cuidaba de mí y que en otras circunstancias, en otra vida, pudimos haber comenzado una hermosa historia de amor.
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Despertar
RomanceDerechos Reservados. Los cuentos que aquí publico son de mi entera autoría.