El día más pensado

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  • Dedicado a Carmen Ramirez Fernandez
                                    

Hola, me llamo Amelia. Llevo varios días sin regresar a casa, mis padres no saben donde estoy y mis fuerzas se están agotando. He perdido la esperanza de que me encuentren, de que algún día recupere la cordura. Estoy encerrada en un zulo.

No recuerdo bien cuando empezó toda esta locura... quizás fuese que estuviera harta de ver en la televisión tantas mujeres secuestradas, maltratadas y violadas. O quizás fue cuando una noche, al volver a mi casa, vi como unos niñatos apaleaban a una pobre vieja indigente que el único mal que hacía era dormir en la puerta de una sucursal bancaria sin que la sociedad, que en aquel momento miraba recelosamente, hiciera algo por ella. Creo que la gota que colmó el vaso de mi furia fue ver lo mal que lo pasaba mi mejor amiga. Andaba enamorada del tipo más chulesco de la facultad, que no solamente la estaba utilizando, sino que la maltrataba moralmente delante de sus amigos y, a veces, cuando estaba a solas con ella, también se le escapaba algún que otro manotazo. 

Odiaba a muerte a ese chico. Se parecía tanto a mi padre, verle me recordaba a las palizas y violaciones que he soportado desde niña, mientras mi madre ha mirado para otro lado, por temor. Mi amiga era como ella, estaba ciega o no quería ver la situación por más que yo le advirtiese. Pero tenía que hacer algo, no podía dejar pasar tanta injusticia, y me ponía enferma cada vez que veía como los chicos se burlaban de ella. Álvaro iba a pagar por todo mi sufrimiento.

La verdad es que Álvaro era bastante guapo, de complexión fuerte, pues era un deportista empedernido, y además era muy prepotente; pero yo sabía cuál era su punto débil. Como a casi todos los chicos, les es imposible resistirse a una minifalda bien ajustada y a un par de tetas bien colocadas para caer en la tentación. Y me constaba que aquel mamarracho estaba loco por vender su alma a esta diablesa.

Una noche que mi amiga estaba enferma y no había quedado con él, decidí que había llegado el momento. Era sábado y sabía exactamente los lugares que frecuentaba Álvaro. Saqué de mi armario el modelito que tenía pensado hacía varios días para ejecutar el plan: me coloqué unas medias negras de redecillas, una minifalda azul, una blusa más bien cortita, la bufanda de cuadros y mi abrigo largo. Cuando terminé de maquillarme y me miré al espejo, percibí que tenían razón todas mis amigas, mi figura era despampanante, y seguro que a mi paso dejaría muchas bocas abiertas. Me sentía poderosa. Cogí mi bolso y me dirigí a la puerta de salida, no sin antes haber pasado por la habitación de mis padres y haber cogido unas pastillas fuertes que utilizaba mi madre para dormir; el médico le dijo que servían hasta para dormir a un caballo.

-No me esperes levantada mama -le dije -llegaré tarde -. Cogí las llaves del coche y salí, antes de que llegara mi despreciado padre, borracho como cada sábado.

Lo había planeado todo al dedillo. Unas semanas antes, cuando mi grupo de amigos y yo decidimos hacer senderismo, nos encontramos una casa abandonada. Después de aquel día, volví a la casa un par de veces más; creo que ahí empezó a flaquear mi sensatez. Pensé cómo preparar aquella ruina para albergar allí a mi huésped especial y de pronto descubrí entre los escombros que la casa guardaba un pequeño secreto. Un habitáculo de unos 8 metros cuadrados se abría ante mis pies por una pequeña trampilla. Quizás fuera para guardar algunos enseres de los que se alojaban allí, o a lo mejor era una pequeña bodeguita que tenía el dueño. Lo cierto es que aquella estancia estaba completamente vacía, y que me venía estupendamente para lo que tenía pensado.

Comencé a decorar aquel agujero para que fuera un poco habitable. Me asusté cuando estuve recogiendo de la parte de arriba un colchón apulgarado y un ruido  enorme resonó en la estancia... pero al final sólo era un pequeño trozo del techo que se había desmoronado, así que no le di importancia y seguí a lo mío. Trasladé también una mesa de noche, que aunque no estaba en perfectas condiciones se mantenía en pie, que ya era bastante. Encontré un candelero oxidado y un viejo atizador de chimenea. De casa de mis padres me traje una manta robusta que nunca utilizaban y no la echarían de menos, y en una tienda compré muchas velas que se ajustaban al candelero y varios metros de cuerda resistente. El zulo se encontraba en condiciones de recibir visita.

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⏰ Última actualización: May 04, 2012 ⏰

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