Solía mirarme al espejo, veía a una joven sublime y magnífica. Una belleza espectacular, con una sensualidad plena y pura. Tierna. Eso era antes, ahora no veo más que las marcas de mi pasado, las cicatrices del tiempo. Suelen llamarme ramera, puta zorra, pero son sólo etiquetas. El prostituirme no me convierte en un ser abominable, eso quisiera creer.
Fue en aquella cantina donde la vi, una mujer que me parecía sumamente atractiva, elegante y sexy al vestir. Desperté cierta curiosidad en ella, pues me ofreció trabajo. Al principio no expuso muchos detalles, seguro creyó que me espantaría semejante proposición, la comprendo.
Durante las primeras semanas de mi nuevo y exótico empleo, me fue muy difícil acoplarme, los trajes me aplastaban las tetas a tal grado de ya no sentir respirar. Todo me asustaba, no sabía si acercarme a los clientes o ellos tenían que llegar a mí. Hice lo que mis instintos me indicaban; bailé, bebí, seduje a cientos de hombres y me quité una que otra prenda.
La misma mujer que me ofreció el empleo inicial, se volvió mi instructora y me aconsejó “tirarme” a los hombres de la cantina, por una propina mejor y una que otra prestación.
Así pasé de bailarina a zorra.
Creí que este tipo de vida sería fácil, que me paguen por fornicar, ¡Uf! Que dicha.
Disfrutaba coger, no te voy a mentir. Lo hacía ocasionalmente, a veces con amigos incluso con desconocidos pero todos me llevaban al mismo final, un maldito orgasmo fingido. Yo era una magnífica actriz, siempre desfruté del placer de mis estimados clientes antes que el mío, mi primer error.
¿Qué si todo el tiempo quise ser prostituta? Es una pregunta estúpida, las niñas nunca sueñan con vivir del sexo, les causa repulsión, otro error. ¿Qué acaso no vivimos para coger y cogemos para vivir?, nada es más cierto que eso, no lo puedes negar.
También creí que me acostumbraría a los malos tratos que algunos me daban: mordiscos, golpes. Si la gente supiera todo lo que me vi obligada a realizar por dares gusto a esos malditos bastardos, posiblemente ya no me verían de la misma forma, si es que puede empeorar su perspectiva.
Narcos, exjefes, hasta su mismo señor gobernador estuvo bajo mis sábanas. Obsequios de todos ellos sólo por mostrarles las tetas y chuparles el pene ¡Ja! La muestra de que si les das sexo, los tienes besando tus pies
Me encontré de todo, hice de todo y vi de todo. Sexo, drogas, alcohol. Lo que al principio para mí era la gloria, se convirtió en una dolorosa pesadilla que me orilló a todos los excesos habidos y por haber. Ya no era dueña de mí, cocteles de cocaína, crack, marihuana y heroína, era lo habitual para darme ánimos y seguir de pie, pues ya no podía más. Moría lentamente ahogada en mi propia depresión. El sexo se volvió una obligación, dejando el placer atrás; cada segundo me dolía más el tener que fingir pero me aguanté.
¿Cómo distinguir lo correcto de lo incorrecto? Para mí era normal y rutinaria mi forma de vida. Me convertí en un objeto y juguete sexual para todos los hombres. Ala mierda mis sentimientos y pensamientos, ya no era más que un miserable trozo de carne. A la mierda mis metas y aspiraciones, nadie me tomaría enserio.
¿Quién querría a una drogadicta zorra? No sirven más que para follar.
A pesar de lo vivido, vale la pena ser puta, me gusta y me siento orgullosa de serlo. U so mi cuerpo, es mi herramienta y medio donde desarrollar ese arte tan mío. Quizá sea mi tercer error pero soy más adicta a cometer errores que al sexo y las drogas. ¿Qué más da? He venido a este mundo para servir y disfruto el hacerlo.
Cada mañana al levantarme me digo a mi misma: “no pienses en rendirte, no has llegado hasta aquí para nada, sigue adelante perra, ve y cógete al mundo”