Con una mezcla de sorpresa y repulsión, Louis se dio cuenta de que lo que había encontrado era una trampa para aquellos que, como él, buscaban lo inusual. El joven exhibido era una víctima del comercio ilegal, una realidad que había sido ocultada tr...
Aquella mañana, Harry se obligó a sí mismo a marcar el día en el calendario mental, aunque fuera con un gesto simbólico: cumplir dieciocho años era algo que, pese a todo, no podía ignorar. Era un hito que en otras circunstancias habría celebrado con alegría, pero que ahora solo le recordaba el abismo en el que estaba atrapado. Había sobrevivido en ese lugar despiadado, donde la humanidad se reducía a cenizas y los días eran una sucesión interminable de humillaciones y tormentos. Decirse que se estaba acostumbrando a todo era una mentira que repetía con insistencia para no quebrarse del todo. Su aparente obediencia y actitud sumisa no eran más que un mecanismo de supervivencia. Pero en lo más profundo de su ser, sabía que la realidad era mucho más cruel: estaba roto, vacío, y cada día se sentía menos como él mismo.
El sonido de la puerta abriéndose interrumpió sus pensamientos. Robert, uno de los hombres que más despreciaba, apareció en el umbral con su sonrisa afilada, siempre cargada de una crueldad calculada. Sostenía una bandeja de comida, que colocó con exagerada teatralidad sobre la mesa, como si le estuviera haciendo un gran favor.
—Comida especial, Styles —anunció, llamándola por el apodo que detestaba—. Hoy es tu gran noche, así que debes estar impecable.
La mirada burlona del hombre recorrió a Harry de pies a cabeza mientras continuaba con su discurso.
—Mi jefe te permitirá una ducha larga con agua caliente. Luego, ropa nueva y limpia. Y mis hermosas muchachas se encargarán de cubrir esos tatuajes horribles que tienes, ocultando tu... marginalidad —soltó una carcajada seca—. Estarás más que listo para una venta exitosa.
Las palabras eran un cuchillo que se clavaba más profundo con cada frase. Pero Harry no dijo nada. Solo asintió con un movimiento lento y casi mecánico, como si su voluntad ya no fuera suya. Robert, satisfecho con la ausencia de resistencia, se retiró, cerrando la puerta con un golpe seco.
Tan pronto como quedó solo, se abalanzó sobre la comida. No era más que un plato simple, pero comparado con los días de hambre que había soportado, aquello era un banquete. Comía con una urgencia desesperada, como si su cuerpo tratará de recuperar algo de la fuerza que le habían arrebatado. Pero mientras devoraba cada bocado, las lágrimas comenzaron a brotar sin control. No lloraba por el trato inhumano que recibía, ni siquiera por el destino que le esperaba esa noche. Su dolor era mucho más profundo. Lloraba por el vacío en su pecho, por la ausencia de su hermana, y por los recuerdos cada vez más difusos de su madre, que se desvanecían con cada día que pasaba en aquel lugar.