I. U N O

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Advertencia: Uso abusivo de OC en cuanto a personalidades.

Parejas: PruAus//AusHun. Leve mención de otras.

Se sintió tan dulce, 
Se sintió tan fuerte
Y eso me hizo sentir como si perteneciera.
Y toda la tristeza dentro de mi se fue como si fuera libre.

Gilbert.

Arde, pienso que es como el fuego dando de lleno contra la piel, calcinándola. Es doloroso, y contrario a lo que pueda esperar, creo que se siente malditamente bueno.  

Me concentro otra vez, por lo menos hago el intento de volver a seguir recta en mis pensamientos, orientarlos. Siento mis labios apretarse en una línea fina, de pronto, el molesto sonido de la lluvia chocando contra las ventanas y el techo de la enorme habitación ha desaparecido. El frío dando contra mis dedos parece amortiguarse y hay un calor agradable que crece allí. Pienso un momento en Friburgo y en lo lejano que me parece ahora, pienso en mi antigua casa, en los amigos y en mi familia que ya no lo es.

Ha pasado ya bastante tiempo.

Suspiro y abro los ojos, cuando lo hago; un montón de manchas amarillas aparecen decorativas en las paredes, y en mis oídos  ese "¡Hey, Gilbert!" me deja helado, con una  sensación que parece darme vuelta el estómago de un solo golpe.

Recuerdo la primera vez que sentí el mar tocar la  punta de mis pies, cuando era un mocoso de ocho años nada más. Recuerdo el sol brillar en lo alto del cielo y el calor abrumador de un día domingo en julio. La voz de mamá vuelve de un lugar lejano y escondido en mi cabeza, es semejante al aleteo de un montón de aves. Entonces, ese pequeño segundo de infinita felicidad se instala allí en lo fresco de mi memoria.

La sonrisa de mamá; su piel blanca, delicada, brillando tanto como lo hacía el azul de sus ojos parecido al color del océano eterno.

—No puedes estar mucho rato bajo el sol, Gil, ven aquí.  

Yo obedezco, con pasos largos y rápidos evitando la sensación de la arena ardiendo bajo mis pies. Luego, siento sus manos aferrarse a uno de mis brazos.  Siento el peso de su mentón descansar sobre mi cabeza.  Su voz suave susurrando una canción, aquella canción que debería no recordar. De ahí en adelante los recuerdos se vuelven superfluos, borrosos, innecesarios. Y en el plus de aquel entonces, la vida—no infinita— se reduce a una melodía que es capaz de arrasar con todo. Una canción que en escasos minutos me deja con la respiración atorada en la garganta,  esa que me ha perseguido los últimos doce años de mi vida. La canción que me recuerda al verano, la triste canción que trae consigo la dolorosa partida de Ludwig, en un día caluroso, con el sol brillando en lo alto del cielo y con nuestros pies corriendo desnudos y mojados alrededor de la alberca.

¿Ves la luna, allá arriba? Solo se ve la mitad, y mientras tanto es redonda y bella.

Incluso aún del otro lado de la vida puedo escuchar el murmullo de mamá, como un grito desgarrador, como un llanto que jamás podrá ser silenciado. Escucho todavía a lo lejos lo que fueron alguna vez los ecos de los gritos mudos que Ludwig dejaba escapar.

La canción se vuelve una especie de mantra, tan dolorosa. Está allí iterando una y otra vez en mi cabeza.  Veo a mamá, a Lud, puedo recrear incluso la triste escena de papá marchándose de casa para no volver jamás.  Veo mis piernas colgando de la silla, las rodillas rojas, mi piel crispándose en el frío. Escucho los llantos de mamá, su justificación a la partida de nuestro padre.  Recuerdo la manito helada de Ludwig aferrarse a la mía. Sus ojos azules claritos pareciendo incluso más fuertes que los míos.

El chico de Eliza [PruAus] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora