¿Cuál es el punto de jugar un juego que vas a perder?
¿Cuál es el punto de decir que esto nunca se terminara?
Francis fue un chico que conocí en el verano de mis siete años. Él era alto y tenía el cabello rizado como los príncipes que aparecían en los libros de ilustraciones que mamá solía leernos a Lud y a mi antes de dormir. Más tarde supe que Francis era tal vez un poco más cobarde y que muy lejos estaba de parecer un príncipe.
Él tenía once años y había llegado de Marsella para convertirse en mi admiración. Muy por el contrario a lo que pudiera parecer él era un hermano mayor que hacia brillar los ojos de sus hermanas pequeñas. Muy en secreto y con mi lengua mordida rogaba porque alguna vez Ludwig me mirara como las gemelas miraban al escandaloso—y exagerado— francés. Él había iniciado con mi complejo de "asombroso hermano mayor" y con la constante manía mía de parecer perfecto frente a los ojos del adorable Ludwig de cuatro años.
Quería de alguna manera sentir de vuelta la atención que la llegada de Ludwig a la familia se había llevado consigo. Yo lo quería, no podía siquiera ser de otra manera, no podía siquiera pensar en apartarlo, pero la verdad estaba frente a mí; él se había encargado de llevar toda la atención de mamá y mi corazón en sus pequeñas manitos.
Parecía que yo lo admiraba incluso más de lo que él debía admirarme. Era un poco triste, quizás.
Francis era un tipo genial, y cada vez que nos contaba la historia de su padre—que era un reconocido futbolista— y de todos los países que había visitado me hacía explotar murmurando cosas sin sentido, entonces también terminaba pareciendo uno de sus hermanos pequeños, siempre siguiéndolo para todos lados. Siempre pendiente de lo que él tenía por decir.
Era como la historia del flautista— que su mamá una vez nos contó— quien hipnotizaba a pequeñas ratas con su música, sin embargo, Francis nos hipnotizaba con todos los cuentos que inventaba y las historias bonitas de su país. Recuerdo que en aquel tiempo nos habíamos mudado desde Friburgo a Múnich con mi familia, y en todos mis siete años no tuve oportunidad alguna de conocer el mar, entonces cuando Francis hablaba sobre Marsella y su costa yo solo podía envidiarle y retorcerme en el lugar. "Es azul como un cielo, pero con agua." Solía explicarnos. "No huele bien y el mar se lleva tus pertenencias, la arena también es molesta"
Yo no podía creer que algo tan infinito como el océano—porque sí, los había visto en fotografías— fuera algo que pudiera causar molestias o desagrado. No sabía que una de sus olas era un arma que te dejaba con la respiración cortada y el alma colgando de un hilo en segundos.
— ¿Crees que la arena tenga algún olor?—le pregunté una vez a Ludwig, quien jugaba con sus dinosaurios sin prestarme atención. —Así como el que sale de Kurt al ir a su caja. La arena para gatos, tal vez no sea tan diferente de la arena que hay en el mar. Y claro, también hay un rey sobre la arena ¿Te gustan los reyes, Lud? Yo prefiero los caballeros, ya sabes, son tan fuertes como yo.
—Cualquiera está bien. —comentó, encogiendo sus pequeños hombros.
— ¿En serio? ¡Que aburrido!
"...Gilbert..."
—Hey, Gil, despierta.
Hay una sacudida que hace estremecer todo mi cuerpo, tal vez por el frío de afuera, tal vez por recordar a Ludwig y un pedacito de lo que fue mi desastrosa infancia. Hay fragmentos sueltos de recuerdos aún vagando difusos por mi cabeza, cosas, personas desenfocadas. El mar, el viento colándose y haciendo girar el pelo de mamá, su sonrisa, los ojos claritos de Ludwig, la arena con trocitos de conchas que no olía como la de Kurt. Todo eso inalcanzable ahora desaparece, de repente veo los ojos verdes observándome atentos.
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El chico de Eliza [PruAus]
FanfictionY que sus ojos sean mi nuevo océano. Azul, infinito. [EDITANDO]