Parte II

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En el mundo nada era una certeza, pero quería pensar que estaba seguro de algunas cosas. Triviales y que no merecían siquiera un pensamiento, pero él podía asegurarlas.

El mundo era más bello a través de las postales e imágenes de internet.

El agua no siempre calmaba la sed.

El éxito tenía el mismo sabor que el fracaso.

Nueva York no era hermosa.

No amaba a su esposa.

Odiaba a Louis Tomlinson.

Y el fondo no existía; siempre se podía caer un poco más bajo.

Él sabía de eso, porque cada día lo hacía. Hundirse un poco más, quedar enterrado en aquella montaña podrida de sentimientos corroídos, palabras crueles, mentiras egoístas, hombres, mujeres, cuerpos fríos y mierdas que no tenían justificación.

Y a veces, cuando el fracaso se ceñía a su piel, como si fuera la tinta de un tatuaje permanente, pensaba en eso. En aquel bucle que lo había atrapado lento y silencioso, enredándose en sus huesos y tirando de él con fuerza.

Ese bucle tenía nombre, y exquisitos labios que fácilmente podían ser confundidos con un botón de cerezo. Tenía manos delicadas que tocaban todo como si se tratase de un piano de cristal y ojos cerúleos que veían al mundo como si se tratara de una libreta en blanco, lista para ser llenada por pentagramas de sentimientos, llaves de sol y compases que en su todo harían al mundo andar como una maquina bien oxidada.

Y su risa.

La risa de Louis.

Harry sabía bien como describirla, o no tanto, pero era arrogante y quería pensar que nadie además de él lograría encontrar todos los acordes que la conformaban, ni darle significado. Después de todo, el mundo era monótono, como un traje gris, bien planchado en todas sus costuras, sin relieves y poco atractivo, y jamás podría despojarse de sus hilos, arrugarse, para aventurarse a la zozobra almibarada que prometía la risa de Louis cuando se oía como lo que era; un hechizo.

Se presentaba en primera instancia suave, algo picaresca e inocente. Un poco relajada y con bordes dóciles, como una retórica de la inocencia que todos pierden al crecer. Y para todos eso era suficiente; para todos menos Harry. Porque él había puesto sus manos sobre la garganta de Louis mientras este reía, cepillando apenas con las yemas de sus dedos la vibración que se formaba en su tráquea, cerrando los ojos y enlazando las múltiples resonancias a imágenes, a sentimientos y colores, a sabores que quería plasmar en su lengua.

Y su risa era, de manera mortecina y bella, la mezcalina en su estado más puro. Un elemento obtenido a partir de níveas flores del desierto que alteraba la percepción y creaba ilusiones de colores que en realidad no existían. Con la apariencia de inofensivos cristales rosas y con un sabor muy amargo, que fácilmente podía ser ignorado a causa de la vil dependencia psíquica que provocaba tras haberse inyectado en el cuerpo solo unas cuantas veces.

Eso le había tomado a Harry, solo unas cuantas veces.

"¿Qué? ¿Por qué me miras así?" Le había preguntado de manera nerviosa Louis, succionando su labio inferior y aún con vestigios de la risita que había dejado brotar a causa de las manos de Harry presionando cosquillas en su cuello y abdomen.

"Creo..." Se rascó la nariz, sintiendo sus mejillas ruborizarse. Sabía que lo que diría era estúpido; realmente de película con bajo presupuesto. "Que soy un poco adicto a tu risa."

Recordaba haberse arrepentido apenas aquella confesión salió de su boca, y Louis lo había mirado con escepticismo, y con sus mejillas iluminándose en un rosa que resaltaba sobre su piel siempre dorada.

Ghost DrugWhere stories live. Discover now