Ambos se encontraban frente a frente sin pronunciar una palabra. Una lágrima recorrió su mejilla, este era el fin.
No lo entendía, siempre apoyaba en todo sin rechistar, hacía lo imposible para seguir. Un suspiro salió de sus labios, negó tristemente haciendo que las lágrimas retenidas al fin fueran libres.
—¿Sabes qué ocurrirá en tres millones de años?— le preguntó aún con el corazón en la mano.
—No.
Le dolía, le dolía en el alma.¿Para qué seguir?
—Yo sí—. Se levantó de la silla del aquel viejo café llamando la atención de todos—El cielo se apagará, las estrellas no brillarán más, el mundo no será igual, pero ¿sabes qué?
—No.
La misma respuesta, el mismo dolor, el mismo llanto brotó.
—Desgraciadamente es el tiempo que tiene que pasar, tan solo para darte cuenta que lo que siento por ti es real.
Sin importarle las miradas curiosas que volteaban a verlo, salió por la puerta principal del establecimiento haciendo sonar la pequeña campanilla y siguiendo el mismo camino de siempre.
Ya no tenía razones para volver a aquél pueblo. No, ya no.