PRÓLOGO
Era el olor de la sangre seca.
Era el tacto del suelo pegajoso con mis pies descalzos.
Era el sudor en mi piel como resultado del fuerte golpeo contra su cuerpo.
Era sangre lo que goteaba de mis dedos.
Levanté el filo del hacha y por fin di el último golpe. Los músculos de su cuello se deshilaron rápidamente. Noté el crujido de sus ligamentos, el romper de sus tendones y el hueso astillado, partido en dos mitades. Todo eso lo había creado yo. Sentí su respiración ahogándose en la garganta y el aire expulsado como un huracán lo haría desde sus infiernos. Por fin, después de varios intentos, conseguí separar la cabeza de ese imbécil de su cuerpo. Rodaba como una pelota desinflada por la alfombra cubierta de polvo. Era una jodida manguera que expulsaba agua roja a borbotones...
Y me sentí libre. Libre como el viento. Y mis pensamientos abrieron una nueva puerta que daba lugar a una sala mucho más amplia que la anterior. Y mi mente despejaba los recuerdos del pasado, abriéndose paso a un nuevo mundo...
...Un nuevo mundo por descubrir...
1- PÁGINAS EN BLANCO...UN DÍA MÁS.
"Toda buena novela contrastada tiene que disponer de un epílogo impactante y un final conmovedor. Un final que deje al lector con ganas de más, o de alejarse de la realidad pensando en esos últimos minutos que vivió el protagonista de su aventura preferida. Unas últimas palabras que rompan la simpleza y eleve a categoría de obra maestra un producto único."
Louis Hawke.
El cursor parpadeaba en una ventana del programa de texto más conocido del mundo. Un pequeño cartelito rojo le recordaba a cada instante que tendría que pagar la versión Premium para poder disfrutar de todas sus ventajas, pero qué demonios, bastante tenía ya con lo suyo. El café humeaba a su lado, se bajaba las gafas y observaba desesperado la pantalla de su ordenador. Ahí le esperaba la temida página en blanco, mirándole fijamente, desafiándole otro día más como en cada despertar de las últimas semanas. No había ninguna palabra escrita, solamente el cursor del ratón en una esquina de la plantilla que usaba para escribir sus libros. Y aparecía. Y desaparecía. Y aparecía. Y desaparecía...y sus ideas se volvían a desintegrar de nuevo. Volvía a aparecer. Se iba una vez más para volver un segundo más tarde. Su cerebro parecía parpadear al mismo ritmo que el cursor. Se decidió a escribir. Tecleaba sin convicción, llevado más por las ganas que por la inspiración. Sus dedos se movían veloces, fluyendo sobre el teclado manchado de nicotina y café, resultado de muchas horas delante de él:
Año nueve de la Era Post Holocausto. El pequeño joven aventurero nació en la aldea de fuego, aquella que guardaba en su interior tantos aldeanos como recuerdos de un pasado mágico. El chico se llamaba Mike, un nombre muy poco común para la zona donde vivía.
Se quedó mirando al monitor muy serio, dio una calada al cigarro y lo volvió a dejar en el cenicero. Sin mover un milímetro de ningún músculo de su cara, y casi avergonzándose, levantó su dedo índice y apretó el botón de retroceso. El cursor retrocedió barriendo todas las palabras a su paso, dejando la página de nuevo en blanco. Dio un trago a su café ardiendo y volvió a dejar la taza sobre el surco manchado de su mesa. Eran las 9:00 de la mañana, tenía la persiana levantada y los suaves rayos del sol entraban tímidamente por ella. Louis Hawke había faltado a su trabajo una vez más fingiendo una fiebre inexistente. Hacía tres años que había abierto un pequeño negocio con su amigo, pero las cosas últimamente no le estaban saliendo como él esperaba, y la desmotivación comenzaba a hacer mella en su desértica cabeza. A cargo del local se quedaría su mejor amigo, y también aficionado a la escritura: Martin Marston, que no le pesaba tener que trabajar las diez horas él solo mientras Louis le devolviera el día más adelante. Trato hecho. Louis Hawke había comenzado a escribir sus primeras palabras para un primer libro hacía realmente poco tiempo, no más de un año, pero sabía que había descubierto un nuevo hobby en su vida, un nuevo y potente pasatiempo que hasta ahora desconocía y que, hacía que sus horas volaran entres los personajes y las historias que él mismo inventaba. Pero últimamente las cosas eran diferentes. Había dejado de disfrutar escribiendo, o quizá debería decir, intentando escribir. Su cabeza estaba en blanco. La frustración de querer teclear; de necesitar escribir lo que su cabeza había diseñado; de ver cómo su imaginación se representaba en miles de palabras y no poder hacerlo, le absorbía lentamente por dentro. No entendía cómo llevando tan sólo un año escribiendo le podía haber sucedido eso. La famosa frustración del escritor le sucedía solamente a los más veteranos, después de haber escrito cientos de libros y de haber vendido millones de ellos, o eso entendía él. Tenía argumentos en su cabeza; tenía personajes; momentos; situaciones y diálogos, pero creía que no poseían la fuerza necesaria para ser publicado por ninguna editorial. A fin de cuentas Louis no había tenido suerte con sus libros, pero él mismo se auto-convencía de que era sólo un hobby y no le daba más importancia por ello. Aunque su sueño era ser escritor, y así se lo había confirmado alguna que otra vez a su amigo Martin. De talla baja, media, alta, o mundial, pero escritor con al menos un libro en las librerías. Tenía en su estantería tres novelas auto-publicadas que él mismo había maquetado, editado y presentado en una pequeña rueda de prensa local con sus propios ingresos. Existían editoriales que le hacían el particular favor de cobrarle más de dos mil dólares para llenarle la casa con quinientos libros que lo debería de vender entre amigos, familiares y alguna tiendecita de barrio. Había gastado la mayor parte de sus ahorros creyendo haber dado con la editorial perfecta que se había fijado en él. Pasado el tiempo, comprendió que entre tantos tiburones con apariencia seria, él sólo era un pequeño pez que navegaba solitario y a contracorriente.