Lust.

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¡Atención! este capítulo contiene lemon homosexual, quedas avisado :v

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A Allan se le era imposible no mirar a ese pequeño cuerpo, tan fuerte pero tan frágil, ese pequeño cuerpo que descansaba en sus brazos bajo las sábanas, no podía parar de mirar a aquel chico que había conocido hace dos años: gruñón, de pocas palabras, piel blanca y tersa como una porcelana, los cabellos negros como el carbón y los ojos tan grises como el más perfecto diamante, atesorado por él personalmente.

Hace más de dos años que lo conocía, Allan como recién ingresado estudiante de universidad, gracias a los tan repentinos trabajos y proyectos que pedía su carrera, había recaído gracias al estrés la cual le provocó una bronquitis junto con una gripe un tanto severa. Había llegado un tanto muerto a la sala de emergencias: los ojos caídos junto con unas ojeras que parecían pintadas por una mala maquillista, su bronceado cuerpo estaba pálido como un papel, si no hubiera sido por Maureen, quien lo sostenía como una hija a su anciano padre, parecería trapo en el piso; estaba tan abrigado que parecía un arrollado primavera con pies y zapatos. Tanto así que al entrar a la sala de espera, la secretaria lo puso en la lista de prioridades para atender, antes de otros menos urgentes que el zombie viviente de la sala.

—Allan—miró en dirección de su amiga, aunque con bastante esfuerzo, la cual miraba muy preocupada—¿Quieres algo para comer o tomar? Iré a comprar algo para comer—Eren negó con la cabeza—está bien—la chica de cabellos negros se levantó de la silla de plástico y ante de caminar hacia la salida se dirigió a su amigo—Si te llaman cuando yo esté fuera, esperaré aquí.

—Ya—respondió débil, con una voz demasiado tenue para que sea común en él, casi rasposa. Finalmente su musculosa amiga salió de la edificación a quién sabe dónde.

Allan no se encontraba solo en la sala blanca, había de todo, o de la mayoría: habían enfermos mejores que él (o eso creía ya que era el único casi muerto viviente en el cuarto), gente con yesos y accesorios ortopédicos en brazos, piernas y dedos, niños pequeños llorando por la vacuna mensual quienes se sobaban el trasero para "intentar que se fuera luego el dolor". Eren rio para sí mismo.

—¿Allan Michaels?—un chico de piel blanca casi pálida, pelo negro y ojos grises se asomó por la puerta, vestía de pantalones blancos y delantal celeste característico de los enfermeros. Allan quedó en parálisis por unos segundos—¿Allan Michaels?—el chico de voz neutral pero autoritaria volvió a preguntar, y si no lo hubiese hecho Allan no hubiese salido de ese trance. Él levantó el brazo en señal de presencia, el chico de la puerta se hizo para atrás, sujetándola con la espalda dejando el suficiente espacio como para que una persona pudiese pasar. Allan, con cautela se paró con pasos que no le hacía juego con la gravedad y casi yendo a visitar el piso en un par de ocasiones. El chico de cabellos negros lo dirigió al box inicial donde lo sentó en una silla para prevenir abrazos a la cerámica—Por favor, sácate las zapatillas, la chaqueta y el suéter—Allan asintió con la cabeza y cuando fue a desamarrarse los cordones, un vahído repentino lo aturdió, nublándole la vista junto con el equilibrio en la silla, no alcanzó a caer gracias a que el enfermero lo sujetó con sus dos manos, aunque eran muy pequeñas—Oye ¿Estás bien?—aún sin añadirle un poco de color al tono de su voz le ayudó a incorporarse mejor en la silla. Allan levantó la cabeza encontrándose con el chico de pelo negro el cual le afirmaba los hombros; no se había dado cuenta antes de la baja estatura de la persona a quien tenía en frente, a pesar de que él se encontraba sentado y el otro parado, el enfermero medía sólo diez centímetros más que él; él asintió ya recuperándose un poco, al bajar la cabeza se encontró con el típico distintivo plástico en donde se encontraba el nombre del chico: "Laurence Ackerman. Departamento de enfermería", quien resopló tan fuerte que Allan se asustó y alejó su mirada de su reciente descubrimiento, Laurence se agachó y comenzó a desabrocharle los cordones de sus zapatillas para sacárselas—Al menos sácate tú la chaqueta—aunque ese atractivo enfermero estaba bueno, era bastante amargado. Laurence lo pesó, lo midió, le vio la presión, la continuidad y tiempo del ritmo cardiaco.

Narraciones Románticas de amor, lujuria y dolor. // en pausa ;-;Donde viven las historias. Descúbrelo ahora