El día después

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Os dejo un one-shot que ya había publicado hace tiempo en otro sitio. Se me ha ocurrido que a lo mejor os gustaría leerlo aquí también. Si me animo, iré publicando también otros fics que tengo publicados por ahí.

Espero que os guste.

OoOoOoOo

Despertó con un dolor de cabeza matador.

Su primera acción, de la que se arrepintió de inmediato, fue abrir los ojos al hiriente sol matutino. Medio segundo después los volvió a cerrar con fuerza, al tiempo que con una mano se tapaba la boca, intentando contener la imperiosa arcada que luchaba por manifestarse. En esto tuvo éxito.

Intentó concentrarse en recordar. Por algún motivo, esto le parecía crucial. Y es que no recordaba qué había ocurrido la noche anterior ni por qué tenía la boca pastosa y la cabeza a punto de reventar.

Había algo más, pero por su vida que no podía averiguar qué era. Oyó un ruido parecido a un pequeño gruñido y de pronto se dio cuenta: la opresión en su pecho. Era como si tuviera un peso extraño encima y no le dejase respirar con normalidad.

Debatió consigo mismo la conveniencia de abrir los ojos de nuevo para ver qué ocurría y, finalmente, la curiosidad pudo más que su temor a la excesiva luz que entraba por la ventana.

Sintiendo los ojos como si tuviera miles de cristales clavados en ellos, los abrió despacio, levantó la cabeza y miró hacia abajo, hacia su torso. Una maraña de pelo castaño rizado reposaba en él, subiendo y bajando a medida que respiraba. Volvió a cerrar los ojos y reposó la cabeza de nuevo en la almohada. Ah, sólo era Granger.

—¿Qué? —susurró de pronto, abriendo los ojos de golpe— ¿Granger? —repitió en voz alta— Granger, ¿qué demonios cree que está haciendo?

Otro gruñido, idéntico al anterior, surgió de la muchacha tendida sobre él. Hermione intentó moverse un poco, pero se rindió antes de conseguirlo, y volvió a quedar completamente inerte en su sitio.

A Snape, el sonido de su propia voz le había martilleado en los oídos en agónicos espasmos, de modo que decidió no volver a hablar.

Apartó a la desplomada joven y se puso en pie casi de un salto, mirando con espanto hacia su cama revuelta y el cuerpo desnudo tendido sobre ella. Después se miró a sí mismo con horror. También estaba desnudo. Desnudo y empalmado.

—Merlín...

Decidió que una ducha fría era lo más urgente en esos momentos, de modo que cubrió decentemente la figura femenina con las sábanas y se deslizó con rapidez hacia el cuarto de baño.

Cuando salió de allí, ya vestido y mucho más despejado, echó un fugaz vistazo al cuerpo que reposaba bocabajo, aparentemente, sin haberse movido ni un milímetro, y se dirigió a su estudio para tomar un frasco de poción contra la resaca. Se la bebió de un trago y después cogió otro frasco idéntico para subirlo a su habitación, seguro de que la muchacha también lo iba a necesitar.

Se plantó frente a la cama, carraspeó un par de veces y dijo en voz alta:

—Granger, levántese de mi cama, ¡ahora!

La chica sufrió una violenta sacudida, como si su cuerpo hubiera querido obedecer la orden por instinto, pero su mente no se hubiera despertado todavía.

Levantó un poco la cabeza, aún con los ojos cerrados, y se cubrió los oídos con las manos.

—Uh... —murmuró, con voz ronca— no grites, por favor.

Y volvió a dejarse caer contra la almohada.

—¡Granger! —insistió el hombre, con voz aún más elevada.

El día despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora