Nos hundimos en la oscura profundidad del mar
Nos cubrimos de una armadura anillada de estructura ósea
Hasta que voces humanas nos despiertan del profundo sueño
Y nos ahogamos para no morir, volvemos a nacer
Era entonces un niño ingenuo de pómulos rosáceos para entender la profundidad de estas palabras que mi padre propinaba al cumplir mis 16 años. Siguen atormentándome los diálogos que acompañan mi único sueño, ese que todas las noches repito sin cansancio, veo rayos de luz colarse lentamente sobre mi espalda, una suave elevación de mi cuerpo y una vaga charla que dice:
-aprovecha que eres virgen
-saca a relucir los vestigios de tu cama
-vienen a usarlo de albergue transitorio
Pero por aquel entonces lejos estaba mi fe en poder luchar contra ese estertor.
Ahora que ya tengo 23, enamorado de un hombre que me ha hecho sufrir, el joven por el cual plastifique mis esferas oculares azul marino de salitre que al recorrer mi rostro y llegar a mis labios supe degustar como el sabor del dolor; comprendí las sabias palabras de mi padre, padre que me abandono junto con toda mi familia cuando solo tenía 19 años. Ellos regresaron al celeste cielo, húmedo firmamento.
Supe que llegaría el día que cumpliría mi misión, el amor ya había depositado en mí un preciado tesoro. Escape hacia el muelle, era madrugada, todavía a oscuras, fui llevado casi por inercia apoderado por un magnetismo extraño. Me pare sobre la orilla, observe los tonos claros que generaba el brillo, pasajes de color y desaturaciones desconcentradas por la plenitud de la corriente marítima. Era la hora exacta en la que el sol que nace y la luna que se esconde se saludan con una sonrisa irónica.
Camine hasta que el agua llegara a mis pectorales y espere en silencio a que grandes contracciones comenzaran a sacudir mis órganos, y la fuerza de expulsión libero mis crías al mar. Cientos de caballos marinos que había incubado en mi vientre se perdieron en la profundidad del mar esperando algún día despertar por el encantamiento de la voz humana.