Inicio y final.

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Te destroza descubrir una verdad que no querías escuchar. Te destroza que un ser amado te traicione de la manera más vil. Te destroza que lloren por ti y no poder hacer nada al respecto. Pero, ¿sabes qué es lo que te quiebra en pedazos tan pequeños que es imposible repararte? Apuesto a que no, no lo sabes. Por el simple hecho de que estás leyendo esto y estás respirando al mismo tiempo. Así es, el oxígeno a tu alrededor está ingresando por tus fosas nasales para dirigirse a tus pulmones y el dióxido de carbono dentro de tu cuerpo es arrojado al ambiente. ¿Acaso no eras consciente de la magnitud del proceso de respiración? Bueno, déjame decirte que si me lo hubieran preguntado hace dos días, te hubiera dicho que me vale. Lastimosamente, muchas cosas pasan en dos días. Dios, muchas cosas pasan en uno; muchas cosas pasan en una milésima de segundo. Nosotros simplemente decidimos ignorarlas.

Si pudiera escoger de qué manera sería mi muerte, definitivamente hubiera escogido otra. Una menos hiriente, pero no en el sentido físico, sino emocional. O al menos, una muerte que no me recuerde que nunca podré conocer el dolor absoluto, porque cada vez será más fuerte. Ahora lo observo, al causante de todo. Está llorando desolado en frente de mí, una excelente actuación debo admitir. Se arrodilla en frente de mi largo ataúd y llora con mucha más fuerza. Patético, pienso.

Ahora me observo, durmiendo plácidamente en el colchón de terciopelo. Un aspecto pálido, demacrado, muerto se apodera de mi cuerpo. Me acerco lentamente hacia mi rostro y me siento melancólica de inmediato. Mi madre me ha maquillado, siempre utiliza los mismos tonos tierra en mí, como me gustan. Coloco mis resecos codos en la parte superior del ataúd y levanto el rostro. Todos lloran. Es como si fuera la directora de mi propio velorio y mi tarea principal es ver sufrir a mis seres queridos. Escaneo rápidamente las caras, algunas familiares, otras desconocidas, otras que no deberían haber venido.

—¿Por qué, Dios? ¿Por qué no me llevaste a mí? —sollozó el innombrable, descaradamente, produciendo un eco dentro de toda la iglesia.

¿Pueden existir personas tan hipócritas, tan falsas? Ahora me doy cuenta que sí. ¿Cómo es posible que una persona a la cuál apreciabas, amabas, respetabas tanto se convierta en un ser que ahora solo repudias inmensamente? Se levanta con la cabeza gacha, los ojos hinchadísimos, la cabellera dorada desordenada, los hombros caídos y se acerca a dejar un beso en mi marchita frente.

Esto, simplemente era el colmo. ¿Era necesario un beso? ¿Acaso no es suficiente que me hayas matado? En un ataque de rabia, me lanzo hacia él con la intención de derribar su cuerpo al frío suelo de caoba. Sin embargo, fallo miserablemente. Mi cuerpo es el que cae al suelo. Él ni siquiera se inmutó. Pero, ¡qué odioso es estar muerta! Quiero que se largue, quiero lastimarlo, quiero que sienta mi dolor, pero no puedo ni podré jamás. Tengo que aceptar lo que soy. Soy un fantasma, un alma vacía, perdida entre los vivos. He sufrido mucho con tan solo diecinueve años, tanto que ya no quiero sentir nada. Ahora solo necesito los buenos recuerdos de mi vida, cuando era feliz, cuando estaba viva.

Siempre me he quejado de Frigiliana. Seguro se estarán preguntando qué diablos es eso. Frigiliana es la villa en la cual nací, crecí y morí. No he conocido el mundo aparte de este pueblo blanco, uno de los pocos que quedan en la provincia de Málaga. Mi vida acá fue lo más normal posible. Asistí al Colegio Público Fuente del Badén durante mi infancia y primeros años de primaria. De lo poco que recuerdo durante esos años de pura inocencia es que me gustaba mi vida. ¿Qué te puedo decir? Era una niña. Me levantaba cinco minutos antes de que suene el despertador de papá, corría a levantar a mis hermanos que protestaban aún con los ojos cerrados, bajaba las escaleras pisoteando fuerte para que todos en la casa se enteraran de que Nastasia había despertado; era todo un espectáculo.

Cuando el diablo atacaWhere stories live. Discover now