Con una mezcla de sorpresa y repulsión, Louis se dio cuenta de que lo que había encontrado era una trampa para aquellos que, como él, buscaban lo inusual. El joven exhibido era una víctima del comercio ilegal, una realidad que había sido ocultada tr...
El vehículo se detuvo suavemente frente a las imponentes puertas de hierro forjado que marcaban la entrada a la mansión Tomlinson. El espléndido edificio, iluminado estratégicamente por luces cálidas, se alzaba con una majestuosidad que parecía desafiar el paso del tiempo. La brisa nocturna, cargada con un ligero aroma a flores del jardín, contrastaba con la tensión que llenaba el auto. En su interior, las amigas de Harry no podían apartar la vista de la impresionante fachada.
Natasha, con los ojos abiertos de par en par, giró la cabeza hacia su amigo en estado casi inconsciente. Lacey, con una mezcla de desconcierto y asombro, dejó escapar una pregunta que rompió el silencio.
—¿Esta es... la casa de mi jefe? —preguntó, casi como un susurro, pero con la incredulidad claramente marcada en su voz.
Natasha, todavía procesando, añadió.
—¿Vive aquí? ¿Con tu jefe?
Jonathan, quien había permanecido en silencio durante todo el trayecto, finalmente intervino mientras apagaba el motor. Su tono era tranquilo, pero firme, como si deseara evitar mayores malentendidos.
—La casa del joven está en reformas —explicó—. Por esa razón, el señor Tomlinson lo está hospedando temporalmente.
Lacey cruzó los brazos, todavía incrédula, pero no dijo nada más. Natasha, por su parte, simplemente sacudió la cabeza, asimilando lo que acababa de escuchar.
—Voy a encargarme de que lo reciban —continuó Jonathan—. Después las llevaré a sus casas.
—Gracias, Jonathan —murmuró Lacey, todavía en estado de shock, mientras el chofer salía del auto.
El conductor abrió la puerta trasera con movimientos precisos y cuidadosos. Con una mezcla de profesionalismo y preocupación, levantó a Harry en brazos. El rizado estaba completamente fuera de sí, y su respiración pausada reflejaba el peso del agotamiento y el exceso. Jonathan lo llevó hacia la entrada principal, donde un hombre calvo y con una expresión que mezclaba autoridad y cansancio, los esperaba.
—Vaya espectáculo ha dado esta noche —comentó Joel, el jefe de seguridad, con una sonrisa irónica que no logró aliviar la seriedad de la situación—. El jefe está furioso. No será una noche fácil —añadió, aunque Jonathan no respondió de inmediato.
Su preocupación era evidente, y después de un momento, dejó salir un suspiro.
—Si me despiden, estoy perdido. Yo autoricé que fuera a esa fiesta —admitió, su voz cargada de frustración y culpa.