Pretendientes

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Después de perseguir a Miroku por todo el cuarto, su intención de querer golpear al monje por sobrepasaste con Kagome no se cumplió debido a la intervención de ésta.

—¡Siéntate!

¡PLAF! Todo el cuerpo del medio demonio terminó incrustado en el tatami. Inmediatamente levantó el rostro mirando con molestia a la joven.

—¿¡Por qué hiciste eso, Kagome!? —Refunfuño con un tinte de enojo en sus palabras.

¿Acaso estaba a favor del monje? No, imposible... Entonces... ¿¡Por qué diablos lo mandó al suelo otra vez!? ¡Ahora sí que estaba enfadado! ¡Esto era el colmo!

—Porque Sango ya se encargó de ello. —Le respondió observando ambos a su amiga como golpeaba y tironeaba de las orejas al pobre Miroku.

Bueno, tenía un punto a favor. Sango le ahorró el que dejara hecha una pasa triturada al pobre monje, ahora lo compadecía. Había que tener una semejante paciencia —cualidad que no era su mejor aliado—, para soportar el poderoso carácter de la exterminadora. Y si lo pensaba con mayor detalle, él también tenía que soportar las escapadas furtivas de Kagome a su época para ir a ese lugar llamado instituto donde varias veces la espió por la ventana del edificio escondido en un árbol cercano, sólo que ella nunca lo notaba. Bueno sí, hubo una vez en la que lo descubrió y lo mandó al suelo estrellando su rostro en la tierra del patio. Desde esa vez se priorizaba que no lo viera que la seguía cuando estaba aburrido en el templo. Además, las groserías que solía decirle sobre su persona, los gritos e insultos que a diario se decían, las pequeñas riñas con el pequeño Shippou por comerle su porción de comida... y todo eso le llevaba a un objetivo: un tono de voz amenazante, una palabra pronunciada por su boca y él terminando con la cara comiendo tierra. Otra cosa que notó mientras la vigilaba —y velaba—, por la seguridad de la adolescente de quince años, era que cierto chico de cabellos cortos castaños y ojos del mismo color que asistía o más bien, invadía el territorio que era de su propiedad desde el punto de vista del hanyou, y aquello lo exasperaba en demasía.

Sabía que estaba interesado en Kagome, sólo que recientemente de dio cuenta de ello. En esos instantes tenía las mismas sensaciones que aparecían cuando el lobucho de Kouga le coqueteba delante de sus narices a la sacerdotisa del futuro sin importarle que estuviera presente. Pero la pregunta que le venía a la mente es... ¿Qué eran esos sentimientos? ¿Por qué los tenía? Cuando Kikyou le dijo que los sentimientos del corazón de Onigumo seguían latente dentro de Naraku le causó repugnancia y asco. Ahora sentía algo parecido... sólo que no podía controlar ese malestar y las ganas de arrojarse al roñoso lobucho y también dejarle en claro a ese humano debilucho que Kagome era sólo suya y de nadie más.

«Suya» Inconscientemente una curva arrogante se formó en sus labios. Qué bien sonaba esa palabra... ¡Momento! ¿En qué estaba pensando? ¿Desde cuándo sentía que le pertenecía de ésa manera? ¡Estabamos hablando de Kagome, por amor a buda! La misma niña que lo sacaba de quicio y peleaba a diario, la misma que lo mandaba al suelo cada vez que se le antojara...

—Espero disfruten del banquete. —La voz masculina de alguien lo sacó de sus cavilaciones. Miró directamente a la persona que habló.

Inspeccionó de pies a cabeza al joven delante suyo que era acompañado de las sirvientas del Palacio de esa aldea que salvaron anteriormente. Llevaba una hakama de color azul, el obi era del mismo color y haori de color blanco. Su rostro jovial y llamaba la atención a cualquiera que lo mirara, sólo que su tez era blanca y los ojos verdes como las preciadas joyas enmarcadas por finas y masculinas cejas negras. Había que admitirlo, era bastante apuesto... ¿Y eso a él qué le importaba? Pensar demasiado en los hombres que se fijaron en Kagome lo estaban afectando de algún modo u otro.

«—Bah, tonterías. —pensó Inuyasha sin darle importancia»

Todos observaron como las sirvientas del Palacio colocaban los cuencos y los platillos que cenarían en ese día. Al terminar se inclinaron ante ellos y su señor y se retiraron. Los seis quedaron solos con el terrateniente.

—Nuevamente les agradezco por la ayuda que dieron al exterminar con ese demonio y esa bruja —Otra cosa para agregar, tenía una voz profunda que seguro enloquecía a las jóvenes de este lugar—. Desde hace varios meses que causaba estragos en mi territorio y no sabía a quién acudir, ya que la aldea de exterminadores al cual acudí lamentablemente ya no existe. —Dijo con pesar.

Disimuladamente vió de reojo a Sango, quién sus ojos los tenía cristalinos y la mirada cabizbaja. A su lado, Miroku apoyó su brazo en el hombro de la muchacha para darle apoyo.

—Muchisímas gracias a usted por darnos hospitalidad esta noche. —Agradeció Kagome con su típica sonrisa amable—, Y pues, con respecto a lo que acaba de decir... déjeme decirle que aquí tenemos a una sobreviviente de esa aldea que menciona, su alteza. —Se acercó a su mejor amiga y la abrazo por los hombros mientras el hombre las miraba confundido—. Su nombre es Sango, su alteza. —Aclaró—, y ella con su pequeño hermano menor son los únicos que provienen de allí.

—Oh. Le doy mis condolencias, Sango-san. —La vió con tristeza—. Conocí a su padre y fue un gran hombre. Lo siento. —Se acercó hacia ellas, se sentó al estilo seiza y se inclinó levemente ante ambas mujeres.

Luego de ello, el terrateniente se levantó ayudando a Kagome a hacerlo también para que volviera a sentarse a su puesto, cosa que no pasó desapercibido para el medio demonio quien fruncio las cejas molesto. Antes que la joven se sentara al lado del hanyou el shōgun la detuvo.

—Disculpe, sacerdotisa Kagome... —La llamó e Inuyasha fruncio más las cejas arrugando su frente, una clara señal de enfado. Estaba completamente en desacuerdo que la llamara, presentía que una bomba iba a ser lanzada. En cambio la aludida se dio la vuelta al ser llamada—. Quisiera decirle que he ordenado que a usted le asignaran ese kimono que lleva puesto, ya que cuando lo vi por primera vez sabía que si lo usara le sentaría de maravilla. Ideal para una joven sacerdotisa hermosa como lo es usted. —Dicho esto último se despidió con un ademán.

Todos se quedaron en completo silencio sorprendidos y rápidamente observaron a la figura femenina que recibió semejante piropo —no había sido por parte de cierto monje con la mano larga—, y sabiendo de ante mano que no salía de la impresión, seis pares de ojos se dirigieron a cierto joven con cabellos plateados y orejas caninas. Su frente arrugada, los párpados cerrados y la mandíbula tensa indidcaron el enojo y cierta pizca de celos por su parte, sólo que era tan orgulloso y caprichoso que no lo admitía. Rugiendo como una bestia salvaje miró a la chica de sedosos cabellos azabaches y ojos chocolates viéndola con la vista fija en el tatami y las mejillas tenidas de un suave sonrojo, eso lo enfureció ¡Maldito desgraciado! ¿¡Cómo se atrevía!? Y por encima de todo... ¿Frente de sus narices!? Estaba claro que tenía interés en Kagome pero eso no lo iba a permitir ¡Primero que sobrepasara sobre su cadáver! ¡Ella era suya! ¡Y no iba a permitir que un joven terrateniente de pacotilla con un simple halago le quitara lo que por derecho le pertenecía! ¡No señor! Al diablo con los fragmentos de Shikon y Naraku ¡Esto tenía mayor prioridad!

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⏰ Última actualización: Jul 31, 2017 ⏰

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