Capítulo 1: Lago

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—¿Cuánto crees que nos queda? —pregunté algo impaciente.

Él ni siquiera se molestó en contestarme. Simplemente suspiré y apoyé mi cabeza en el lomo del enorme animal, relajando todos mis músculos.

Ten cuidado —me advirtió él—. Podrías caerte, y eso sólo conseguiría retrasarnos.

Le hice caso omiso y seguí tumbada.

—Tú no dejarías que me precipitara al vacío —le dije con una sonrisa burlona.

Después de otro silencio más largo que el anterior, me incorporé y observé a mi alrededor. La misma explanada de agua se expendía bajo nuestros pies, sin nada más que litros y litros de aquel monótono líquido. Ya estaba empezando a arrepentirme de aquel viaje, cuando mi compañero descendió ligeramente.

—¿Qué estás haciendo?

Ya estamos llegando, no falta mucho.

Estiré los brazos y me bajé con gran agilidad hasta quedar colgada de una de las patas del ave. Él suspiró pero no dijo nada.

—¡Ya lo veo! —exclamé emocionada—. ¿Es eso de allí? —señalando con mi mano derecha, el pokémon asintió.

Sube —me ordenó—. Voy a hacer el descenso algo más inclinado.

Decidí hacerle caso y trepar por su muslo hasta llegar a la espalda. Una vez me coloqué, me aferré con fuerza a su cuello para estar más sujeta. Acto seguido, ambos descendimos algo más rápido de lo esperado, pero aun así de manera silenciosa.

Como si de una pluma se tratase, mi compañero aterrizó sin hacer el menor ruido. Por suerte para nosotros, el pueblo no era muy grande, y una espesa manta de árboles cubría nuestra presencia.

—Tú quédate aquí —le pedí educadamente—. Eres demasiado grande como para venir conmigo. Si necesito ayuda te llamaré.

Él asintió.

Ten cuidado, Haila.

Le guiñó un ojo, pícara. Me encantaba que se preocupara por mí. Salí corriendo para bordear el pequeño pueblo conocido antes por el nombre de Hojaverde, el cual al parecer, no resaltaba mucho ni en sus días de gloria. Se rumoreaba que ya nadie vivía por allí, pero no quise arriesgarme.

Apenas cuatro casas adornaban el pueblo, todas ellas en ruinas.

¿Debería investigar? —me pregunté a sí misma—. No, primero a lo que hemos venido.

Pasé de largo y me dirigí a un pequeño camino el cual se internaba en un espeso sotobosque. No me quedó más remedio que ir agachada, con ello rasgándoseme la ropa, para poder atravesar aquellos arbustos. Al fin, después de varios minutos debatiéndome con los árboles y alguna que otra enredadera, me levanté para prestar más atención al paisaje.

Seguía siendo el mismo bosque de antes, la única diferencia era que un lago de enormes dimensiones se expandía por toda la zona.

—Así que aquí es... —susurré sorprendida—. Será mejor que le llame —cogí la concha que llevaba colgada al cuello y susurré unas palabras en lengua antigua. Poco después, el enorme pokémon descendió del cielo y se posó a mi lado.

Pokémon: Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora