«Si no ardes por algo o por alguien, si nada te sacude hasta el alma, si apenas te llega el entusiasmo, vas mal, algo te detiene: vives a medias.»
El aeropuerto se sentía algo frío, y los parlantes no dejaban de resonar de que el vuelo BA868 estaba ya listo para el ingreso a los pasajeros, se suponía que ya debería entrar a la sala de espera, pero la fila para dejar las maletas demoraba en avanzar lo suficiente como para hacerme dudar sobre sí realmente estaba bien la decisión que escogí, estaba tan sumergida en mis pensamientos que no sé en que momento ya me encontraba en la puerta que separaba ambos lados del aeropuerto, di una media vuelta para echar un último vistazo y así me encontré con toda mi familia y amigos posando sus ojos sobre mí. Subí mi mano y la agité en forma de despedida lo suficientemente corto como para que no me dieran ganas de largar a llorar y, antes de ingresar del todo por esa puerta escuché como una de esas voces decía:
—¡Espera!
Era mi mamá. Se acercó hacia mí y sacó una carta que la tenía escondida entre sus manos.
—Léela. Cuando estés en el avión. —Dijo.
Respiró y mediante un quejido volvió a hablar...
—O cuando lo necesites.
Me largué en llanto. La abracé tan fuerte hasta asegurarme que le duraría hasta mi próxima visita.
Apresuré el paso en dirección a migración lo suficientemente rápido que me tropecé con algunos de los postes para ordenar las filas, migraciones se encontraba totalmente vacío, la pantalla indicó que me era mi turno.
Me acerqué a la ventanilla número tres un tanto agitada por el prosa de los pasos que acababa de dar, observé del otro lado de la ventanilla un morocho de unos casi cuarenta y ocho años de edad.
—Señorita.
—¿Su boleto y pasaporte?
Dijo mostrando sus ojos que casi estaban a medio explotar se parecían a los que se mostraban en la envoltura de los chicles ácidos, me pregunté cuanto tiempo llevaba sentado en el mismo lugar
—Oh sí— Dije entregándole mis documentos que tenía en mano.
—Listo. tenga un buen viaje. Dijo el morocho levantando las comillas de sus labios «¡que educación por Dios! pensé.»
Caminé por el pasillo largo hasta llegar al retén de seguridad, dejé mis objetos personales en la caja y pasé por una puerta grande que apuntaban con lasers, los de seguridad me obsevaban como si estuviesen esperando que en algún momento comiencen a sonar el detector me metales, por un momento me cuestioné por como me veía.
—Parece que está todo en orden— replicó el jefe de seguridad, reflejando con poca seguridad su respuesta.
—No es todo como parece— dije con un toque de sarcasmo, el jefe de seguridad lanzó una mirada algo amenazante y, se escapó de mi una terrible carcajada:
—Es broma.
Agarré mis pertenencias y me dirigí hacia la sala, pasé por el dutty free y me posé frente a un espejo, terriblemente tenía más ojeras que cara; así que me acerqué al mostrador donde se encuentran los tapa ojeras y agarré el que era para pruebas, lo presioné hasta que salga un poco de la pasta y con el índice coloqué sobre mis grandes ojeras «ahora si parezco una persona normal»— pensé.
Agilité mi paso hasta la sala catorce. Correspondía a mi aerolínea colándome directamente en la fila, metí mi mano dentro del abrigo y saqué mi boleto apresuradamente. Ya faltaban menos de 8 personas para que sea mi turno .