La locura de mi vida.

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Bueno, a decir verdad, sé que lo que estoy a punto de narrar parecerá una locura. He tenido muchas dudas sobre compartir mi historia con el mundo, pero, ¿Qué mas da?

Aunque confieso que ni yo misma lo creería si alguien me lo contara. Es tan fantástico y a la vez tan real, que me hace alucinar cuando pienso en todo lo que sucedió.

En ese tiempo era enfermera, estudiante de medicina, y en mi trabajo, había visto de todo. Ni se imaginan lo que se ve en una sala de Emergencias. Sin embargo, ese día comenzó como cualquier otro en mi vida.

Me llamo Regina Watson, pero todos me dicen Gigi. Vivo en Italia, y como les digo, en ese tiempo era enfermera y estudiante de medicina.

Después de sacarle un botón de la nariz a un niño, y coser a una señora que se cortó con una lata de sardinas, me llaman para que atienda a un hombre que al parecer comió algo en mal estado. Pues ahí voy, corriendo como siempre, de paciente en paciente, cuando llego hasta el hombre intoxicado y la que casi cae desmayada de la impresión, soy yo.

Sebastian Stan, señoras y señores, está en la camilla con cara de sentirse fatal y además soportando a la lagartija de Margarita Levieva, que no lo deja ni respirar con sus quejas y reclamos.

"Te lo dije, querido, te dije que no comieras mariscos en ese bar de mala muerte, pero nunca me escuchas. Te dije que no era seguro, pero tal parece que siempre haces lo contrario de lo que te digo. Sebastian, ¿Por qué nunca me escuchas? Ya estaríamos cenando con mis amigos, y no aquí, en una sala de emergencias, perdiendo el tiempo. Casi estoy convencida de que haces estas cosas sólo para molestarme. Es que en serio..."

Ahí, ya no pude más y la interrumpí. Corriendo la cortina, llegué saludando como si no hubiera escuchado nada, y mis ojos se cruzaron con aquellos ojos azules con destellos verdes, que de verdad eran fascinantes. No sé cuánto tiempo estuvimos mirándonos, pero la zorra pretenciosa y con aires de grandeza, de pronto me dijo: "¿Puedes apurarte a revisarlo, y recetarle algo para que nos podamos ir a nuestra fiesta? Es que ya vamos tarde..."

Le pedí amablemente que saliera para poder revisar a su novio, y luego veríamos que procedía. Entonces me dijo que tenía 10 minutos y que iba a estar en la sala de espera, pero no quería más retrasos.

Cuando por fin nos quedamos solos, de verdad que Sebastian cambió de cara. Rodó los ojos, se acomodó en la camilla y leyó mi identificación. "Regina, ¿puedo llamarte Regina, verdad?"
"Dime Gigi."
"Ok, Gigi, te daré lo que me pidas si me libras de la loca esa que se dice mi novia, sólo por unos días. Lo que me pidas. La cantidad de dinero que quieras. Pero, por favor, no dejes que me lleve a esa estúpida fiesta con ella. En realidad no me siento mal, no comí nada malo, pero necesito que le digas que casi me estoy muriendo y no puedo salir del hospital en tres días. Y que estaré sedado y no podré recibir visitas. Por favor, Gigi, serás mi persona favorita en el mundo."

"No te preocupes, tío, que yo a esta la echo en corrida de aquí y no vuelve a molestar en un buen rato. Pero eso sí, tienes que esconderte en otro lado porque este hospital no es hotel, y además, no puedes estar aquí si no estás enfermo. Así que tendremos que buscarte algún hostal para que te escondas. Cuenta conmigo, que lo que es yo, te vi muy grave y te tienes que quedar aquí tres días. Pero tío, no puedes vivir tu vida de esta forma, si no quieres a la Levieva, y obviamente no la soportas, déjala ya tío, que peces en la mar hay miles."

"¿No te parece que eso es sólo asunto mío? No veo en qué te afecta a tí mi relación con Margo..."

"En nada tío, en realidad es algo que a mí no me importa. Pero, al pedirme que te ayude y orillarme a mentirle, me has hecho tu cómplice de alguna manera. Así que sólo te digo mi opinión. No es para que lo tomes a mal, tío, que te lo he dicho con la mejor de las intenciones. Pero discúlpame si te molestó..."

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