Sombra

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Ruidosos son los pasos que se oyen, mucho antes del amanecer.
Las piernas vibran al compás del corazón, mientras las pisadas se acercan, el cuerpo tiembla pero entumecido esta el espíritu. La tabla suelta en suelo suena y hace eco en la solitaria casa, sube las escaleras pausadamente y en medio de los espasmos se oyen sus pasos susurrantes. Abre la puerta la sombra oscura, que en silencio entra, la habitación se ensombrece aún más...
Y aunque quisiera gritar la voz no le sale.
Paralizado, petrificado, viendo frente a si el espantoso ser que lo visita tres noches a la semana, sintiendo el hedor de sus fauces, un apestoso olor a sangre podrida y alcohol.
Pestilente invitado no invitado, no deseado.
Con movimientos toscos se sienta en el borde inferior, el miedo invade su corazón mientras esas manos frías comienzan a deslizar la cobija, su boca se movía pero de ella no salía sonido alguno, un nudo en la garganta les impedían formar parte del mundo. La sombra se mueve y comienza a subir por las piernas que permanecen inquietas pero débiles, el extraño se sienta sobre su pelvis, su pesado cuerpo y su perturbante olor le daban nauseas, su mente no dejaba de pensar que podía hacer, sus músculos no reaccionaban, su voz no podía escapar.
El indeseable toca su cuerpo de arriba a abajo, su rostro oscuro mordía su cuello, sus manos frías y asquerosas rasguñaban su piel. Cerró los ojos deseando que todo terminará, le pedía a la divinidad que desapareciera aquel umbroso y hostil ente, se aferró a su sábanas mientras sentía su espantoso olor junto a su nariz.
Cantó un gallo a lo lejos, abrió los ojos y salía el sol, los rayos penetraban la pequeña ventana dándole un claro destello, iluminando las pocas cosas que ocupaban espacio en aquella pequeña alcoba. Salió de la cama y se dirigió al pequeño cuarto de baño junto a su habitación, se miró en el espejo que reposaba sobre el lavamanos y observó detenidamente los rasguños y mordiscos dejados por aquella presencia malévola, se baño quitando las manchas de sangre, seco su cuerpo delicadamente, maquillo con calma las marcas, se vistió con su atuendo negro favorito, una sudadera negra tapaba las heridas hechas por una hojilla y por su propia mano la noche anterior. Salió a la calle y sintió los rayos del sol sobre su rostro los cuales les dio una extraña sensación de seguridad, caminó lentamente por el Boulevard que conducía al parque, donde se sentó a disfrutar del día, pasó el tiempo contemplando su alrededor, los niños jugando, los perros corriendo, con la puesta del sol regresó a su recinto, lánguidamente abrió la puerta y se encontró acostado en su nicho, desangrado.

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