Penúltimo Compartimento

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Disclaimer: Todo lo relacionado con Harry Potter, es propiedad De J.K Rowling.

La pequeña pelirroja de cinco años estaba tumbada en el césped mirando al cielo. Al lado, su padre estaba igual pero la miraba a ella.

—¿Y  porque te gustan tanto las estrellas Erin?— dijo con voz calmada. La pequeña giró la cabeza y le miró sorprendida. Poco después se dio cuenta de que no tenía ni idea.  Ernie sonrió al ver a su hija frunciendo el ceño meditando. Y de pronto se le iluminó la cara y se puso en pie de un salto. Su padre se sentó y quedó a la altura de la niña, que seguía con la cabeza levantada, mirando las estrellas.

—Porque brillan mucho papi. Yo quiero brillar tanto como las estrellas. ¡Y que todos se paren para ver como brillo!

***

—¡Mirad! ¡Por ahí viene "la sabelotodo"!- gritó un niño.

—No les hagas caso—le susurró Kristy al oído. Solo tienen envidia. Erin no estaba tan segura. "Tienen envidia". Esa era la frase que le decían siempre su padre, su madre, Kristy y las personas en las que confiaba (es decir, su padre, su madre y Kristy). Pero Erin sabía que no era solo por eso.Y con siete años, Erin era lo suficientemente lista para saber qué ocurría. Simplemente no caía bien. Era una niña sabelotodo, demasiado aburrida y sosa para la otra gente.

—¡Venga! —exclamó Kristine cogiendo una bandeja y empezando a coger comida— ¡Johanne la cocinera ha hecho macarrones con ternera!

Erin estaba a punto de coger  una bandeja también pero un grito le hizo darse la vuelta.

—¡Eh sabelotodo! —gritó alguien. Erin sintió como algo le impactaba con fuerza contra la cara. ¡Macarrones con ternera! Humillada, se intentó apartar la salsa de la cara, sin mucho éxito. Escuchó las risas de todos y los macarrones bajando por la cara y el pelo. Y sintió algo que nunca había sentido con tanta intensidad. Furia. El enfado se formaba en lo más profundo de su pecho, alimentándose de todas las cosas malas que le había hecho la gente. La rabia se fundía con su sangre y bajaba por sus venas. Erin gritó. Al unísono toda la comida salió volando y impactó contra las caras de todos los que se habían reído. Gritos de enfado y desesperación inundaron el comedor. Todos estaban desconcertados pero Erin, inexplicablemente ante los ojos de su amiga, sonrió y dijo:

-Que aprendan a no meterse conmigo.

***

1 de septiembre de 2021

Abrí los ojos perezosamente. La luz se filtraba cálidamente entre las cortinas y iluminaba débilmente la habitación. Respiré pesadamente, pensando en volver a dormirme. Entonces, un pensamiento cruzó por mi adormilado cerebro. Levanté la muñeca derecha, para ver qué hora era. Las diez. ¿¡Las diez!?
Me levanté de un salto, maldiciendo a todo pulmón. Cogí los primeros pantalones que encontré mientras llamaba a mi madre a gritos. Me puse una camiseta (por cierto, sucia) y, al revisar mi pelo, me di cuenta de que me la había puesto al revés. Bufé y me la quité con demasiada fuerza tanta que  rompí parte de la manga. Desesperada, corrí por todo el pasillo en sujetador para buscar otra al tiempo que me daba cuenta de que los pantalones también estaban al revés.
Una mañana cualquiera.
Hola;
Me llamo Erin. Erin MacMillan, la definición de la mala suerte. Y voy a contar la historia que hizo que mi vida diese un giro de 360 grados.
Mi historia empieza el día que empezaba mi séptimo curso en Hogwarts. Si, soy maga, al igual que mis padres. A lo mejor os preguntáis (bueno, y a lo mejor no) como es que mi historia empieza a los 17 años y no antes, que si no hacía nada. Claro que hacia cosas, pero nada que merezca contarse. Las buenas historias empiezan cuando las cosas se salen de lo monótono.
Me miré al espejo retrovisor y resoplé. Nunca había sido muy guapa y tampoco lo había intentado ser. Pero últimamente tenía esa extraña manía de mirarme continuamente al espejo y preocuparme por mi aspecto. Maldita adolescencia. Observé mi mata de cabello rojo. Otra vez me había olvidado de cortarme el pelo antes de ir a Hogwarts. Aunque, tampoco importaba, en las excursiones a Hogsmeade nunca hacia nada y podía ir a cortarlo.
“A lo mejor harías cosas si tuvieses con quién hacerlas”. Sacudí la cabeza. Malditos pensamientos negativos.
Una vez en el tren, tarde como siempre al quedarse dormidos mis padres busqué un compartimento más o menos vacío, aunque estaban todos prácticamente llenos. Al final opté por uno en el que solo había cuatro chicas. El penúltimo compartimento. Sin saberlo, esa decisión cambió mi vida de una forma que no pude imaginar. Tal vez fue mi mala suerte que me empujó a entrar ahí, porque si hubiese elegido otro compartimiento, tal vez mi vida ahora sería completamente distinta. Y aún no se si lo hice del todo bien.
Abrí la puerta lentamente y está chirrió un poco, lo que hizo que las cuatro chicas del interior se giraran a la vez para mirarme. Sentí que me ruborizaba y me invadió la vergüenza. Iba a contestar cuando una de ellas dijo secamente:

Pequeños gestosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora