Cauldwatter

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Era una noche oscura y fría en el pequeño pueblo muggle de Cauldwatter. En las calles no había movimiento alguno, toda la gente estaba seguramente refugiada en sus casas. Tampoco se escuchaban ruidos, excepto el continuo chirrido de un viejo farol que colgaba columpiándose en un techo al final de la calle por causa del interminable viento. Aparecí a mitad de esa cuadra. Como siempre, usaba un largo vestido negro y una capa del mismo color me cubría de pies a cabeza impidiendo que me reconocieran. Ya no podía contener mis ganas de hacer daño, necesitaba destruir y matar cuanto antes. Observé mi alrededor, había unas pocas luces encendidas dentro de un par de casas, pero las restantes estaban tranquilas y silenciosas. Con mi varita en la mano derecha, me acerqué a una casa de aspecto terrorífico. A primera vista parecía abandonada, pero poniendo atención al interior podía escucharse el llanto de un bebé. A través de la ventana pude ver como una mujer se dirigía escaleras abajo y entraba en un cuarto que identifiqué como la cocina. Decidí que era hora de entrar en el lugar, puesto que mi sed de sangre aumentaba a cada segundo que pasaba. Me dirigí hacia la entrada y con un "bombarda" no verbal hice que la puerta volara en mil pedazos. Ahora el llanto del bebé se escuchaba con mas claridad. La mujer que antes había visto entrar en aquel cuarto salió y pude contemplar cómo el miedo invadía sus ojos al verme bajo el marco de la puerta, que hasta apenas unos segundos atrás había estado allí. Sonreí maliciosamente al notar que se había quedado inmóvil y avancé hasta ella sin cortar nuestra mirada. En un rápido movimiento, la tomé por el brazo volteándola y, haciendo que su espalda quedara sobre mi pecho, impedí su huida al apoyar mi daga sobre su cuello. Reí con cinismo al notar cómo temblaba de miedo y, lentamente, hice un gran tajo en su fina piel. Ella lanzó un grito mudo y se llevó ambas manos a la zona donde la sangre había comenzado a derramarse rápidamente. Solté su brazo de manera repentina y la mujer cayó al suelo mientras palidecía. Observé la sangre en mi daga con una expresión que demostraba estar disfrutando la situación. Acerqué aquel arma a mi boca y saboreé la sangre que había en ella. Miré a la chica, su mirada estaba perdida y en sus labios aún reposaba la mueca de dolor que yo había causado. Volví a sonreír al comprobar que sus signos vitales eran débiles, aún no había muerto y ella estaba sufriendo. Volteé hacia la escalera y empecé a subir lentamente, escalón por escalón. Entré en la primer puerta que vi, allí encontré a un hombre despertando, supuse que el llanto del bebé había interrumpido sus sueños así que decidí ayudarlo a dormir nuevamente, aunque esta vez no despertaría nunca más. El hombre me vio y se encogió sobre sí mismo intentando decir algo, pero no hacía más que tartamudear. Levanté mi varita hacia él y paladeé cada una de las letras de la maldición que lo haría sufrir un dolor insoportable. La maldición de la tortura. La maldición cruciatus. Comenzó a retorcerse de dolor, a cada segundo el poder iba aumentando y arranqué de él unos gritos desgarradores. Así seguí hasta casi dejarlo inconsciente. Cuando noté que sus gritos empezaban a perder fuerza, paré. Me acerqué a él y clavé mi daga en su pecho, justo en el lugar donde se hallaba el corazón. En el mismo instante en que saqué la daga del interior de su cuerpo, la sangre comenzó a brotar como si fuera un volcán en erupción. Lo contemplé por algunos minutos, observando cómo la luz de vida abandonaba sus ojos lentamente y deleitándome ante tal espectáculo. Cuando por fin me aburrí, salí de la habitación. Guiándome con el llanto incesante, encontré al bebé en un dormitorio cercano. Lo levanté y lo miré con asco; luego, con él en brazos, salí de la casa. Caminé algunas cuadras hasta llegar a un puente, me paré a mitad de éste y miré hacia abajo. El agua que pasaba velozmente por el río se veía helada. Observé al niño por unos pocos segundos antes de dejarlo caer. Luego, me fui caminando tranquilamente, como si nada hubiese pasado.

Locuras de una mortífagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora