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Elfos. Los elfos en movimiento son de otro mundo. Son altos, encantadores y delgados; cuando bailan son derviches giradores que brillan como el sol cuando alumbra la nieve. Yo lo sé. Los he observado toda mi vida.

Este año, el comité de decoración ha tirado la casa por la ventana para el Baile de la Nieve. Supongo que lo hacen cada año, pero éste se siente particularmente escarchado. Series de luces navideñas cubren cada centímetro del Gran Salón; hay tantas que no necesitamos la iluminación del lugar. Hay una pícea enorme que llega al techo, de cuyas ramas cuelgan estructuras de madera de todos los elfos que han vivido en el Polo Norte. Pero sólo de los elfos.

En el perímetro del Gran Salón hay muchos árboles navideños más pequeños, de unos dos metros, y todos son temáticos. Hay uno con grullas de origami de Japón; uno holandés del que cuelgan zapatos de madera pintados de distintos colores, y otro mexicano cubierto de calaveritas de azúcar del Día de Muertos. Hay un árbol de 1950, tal vez éste sea mi favorito. Al rededor de la base tiene un faldón verde y amarillo.

Todos los elfos adolescentes tienen pareja para el Baile de la Nieve. Es la noche más romántica de la temporada. El último respiro antes de que comience la vorágine de la Navidad. Es como la graduación de los elfos. No es que haya estado en un graduación, pero me imagino que es así.

Chicos y chicas arreglados y bailando.

Esta noche Janice lleva un vestido blanco con lentejuelas plateadas. Debajo de las luces, su cabello también parece sedoso, igual de que el de Harry.

El traje que llevo es de la misma tela roja arándano que el traje de papá. Un regalo prenavideño. En mi primer año en el Polo Norte, mi traje tenía mangas abultadas y un delantal blanco con encaje. Este año mi conjunto tiene cuello redondo, manga japonesa y pantalones de corte recto. Venía con un manguito de piel blanca. Era un traje de muñeco de juguete, no de un niño de quince años.

Ay, papá. ¿No te das cuenta de que estoy creciendo?

Todos en el Polo Norte conocen la historia de cómo me encontró Santa. O mejor, de cómo lo encontré yo. Hace quince navidades, Santa estaba entregando regalos en un edificio de departamentos en South Yorkshire, Inglaterra. Le encantan los edificios grandes de departamentos porque puede recorrer los pisos volando y terminar en un abrir y cerrar de ojos. Cuando regresó a su trineo, ahí estaba yo en un canasto con una nota que decía Please, take care of my son, que significa Por favor, cuida de mi hijo. Santa no sabía qué hacer. Me cargó, y cada que me soltaba, yo lloraba, y todavía le faltaba por recorrer toda Europa. Así que me llevó consigo. Cuenta que me dormí todo el camino. Santa tenía pensado regresarme a Inglaterra antes de que amaneciera, pero para cuando terminó, simplemente no pudo. Lo tomé del dedo meñique y no lo solté. Así que vivo aquí, en el Polo Norte, un lugar en el que no ha vivido ningún niño humano.

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