Era un día normal, me levanté somnolienta de la cama y llegué tarde al instituto, la mañana transcurrió de modo lento y aburrido, casi me duermo en clase de historia, me confundí bastante en química, pero era todo parte de un día común y corriente.
Al fin es hora de marcharse, realmente estoy ansiosa por llegar a casa y descansar un rato, dejo salir un bostezo sin delicadeza alguna, probablemente un bostezo idéntico al de un hipopótamo, por lo que mis amigas voltean a verme, al parecer llamé su atención.
-Tal vez deberías descansar un rato- dice Luz, ella siempre se preocupa por mí, es bajita, de cabello negro, ojos achinados y bastante simpática.
-Tal vez- enfatizo yo, pero a pesar de lo cansada que me siento, no puedo faltar a mis clases de natación, son todo para mí.
- Es en serio- agrega Ana con tono maternal, alta, de cabello rizado y, en este momento, expresión severa.
-Ana tiene razón, deberías descansar, tienes una ojeras de miedo y casi ni hablaste en toda la mañana, irradias cansancio- dice Lisseth, en general, mis amigas se preocupan por mí, pero Lisseth... bueno, dejémoslo así, ella es caso aparte, transpasa todos los límites, hacemos todo juntas.
Nos dirijimos a paso de toruga hacia la parada de autobús, el cual llega bastante rápido, somos todas vecinas, por lo que mi camino a casa nunca transcurre en solitario. El vehículo empieza a acelerar, pero de modo raro, en sí, algo raro se siente en el ambiente, todos a mi alrededor están convulsionando, intento llamar a Luz, que se sienta a mi lado, pero apenas la nombro cae inconsciente en el suelo del autobus, su cuerpo inerte, una muerte rápida, sin sangre, no me atrevo a nombrar a otra de mis amigas, no me atrevo en realidad, a nombrar a nadie, acabo de matar a Luz, mi amiga, Luz, y su cuerpo cae a mis pies con mirada fija y perdida para recordarme que he sido yo la culpable de tal trajedia.
Levanto la vista y me percato de que me he distraído mirando a Luz, y el autobus no se dirije a mi casa, en cambio, nos encontramos frente a un alto edificio negro, por alguna razón mirarlo me produce calosfríos.
Nos adentramos en el edificio y todo se torna negro, no puedo ver nada, pero noto que el vehículo se ha detenido, todo está en extremo silencio, tanto, que puedo escuchar mi propia respiración, me dedico a contar mis respiraciones para canalizar el pánico, una, dos, tres respiraciones transcurren antes de que las puertas del autobús se abran y todas las personas dentro de él se formen en fila y salgan de modo ordenado, al parecer, están bajo algún tipo de trance, no me queda más que actuar como ellos si quiero saber lo que está sucediendo.
Y sobrevivir.
Todas las personas tienen la mirada perdida, y parecen no saber que me encuentro entre ellas, sus hombros me rozan al pasar por mi lado y las sigo hasta una pequeña habitacion parcialmente oscura, iluminada sólo en el centro, dónde se situa un extraño objeto similar a una silla, pero lleno de correas, cadenas y cables, una a una, las personas delante de mi se sientan en la silla, la cual capta el movimiento inmediatamente y sujeta a cada individuo asegurando que no escape.
Me pregunto para qué tanta seguridad, pero la respuesta se encuentra ante mis ojos: del techo sobresale un tubo que incrusta un chip en la parte superior de la cabeza de cada persona, puede que estén bajo hipnósis, pero eso no suprime la mueca de dolor que expresa cada una de las caras; la fila avanza bastante rápido, por lo que me salgo inmediatamente de ella, al parecer nadie se da cuenta.
Apenas dejo de actuar como la multitud, puedo dedicarme a ver más libremente a las personas que están siendo "chipeadas"; identifico muchos rostros: mis vecinos, mis maestros y, mis amigas, siento como se forma el nudo en mi garganta y una lágrima se desliza por mi mejilla, dejo salir un sollozo, mi llanto sabe a sal.
Veo como le insertan el chip a todo el mundo, desde gente muy mayor hasta pequeños niños, veo como en ellos hay cierta chispa de vida aún, sin embargo, dejan que se les incerte el chip, siento una mano fría en mi brazo, y puedo ver a un niño moreno, de unos doce años, su cabeza está surcada de pequeñas trenzas, entre ellas vislumbro algo azul: el chip, me obligo a mi misma a actuar de nuevo como la multitud.