Ave María

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- …
- Dime hijo…
- Padre, he pecado… -

En la maleza de aquel remolino de sensaciones, la animadversión de mis actos indecorosos me hizo retroceder conscientemente de la locura que podría haber cometido. Tentado por Lucifer por indescifrables fragmentos de segundos en aquel cuerpo pequeño y menudo de un hombre, proporcionado y cubierto en tan pocas prendas, ofreciéndoseme indecoroso y sin pudor en su mordaz lenguaje, avanzó hacia mí con su caminar sensual y dedicó de sí su más indigente mirada. La inocencia impresa en su voz, exfoliada en murmullos mansos, fueron capaces de disfrazar las tretas preparadas por el demonio; un ser capaz de lubricar ideas pecadoras, dedicado a hacer caer a seres terrenales, que en mi caso, como representante de la divinidad eterna frecuentaban con sus sucias acciones.

Fue la benevolencia de mi profesión lo que me llevó a actuar con indulgencia, el amar al prójimo y apoyar al necesitado eran lemas que llevaban impresos mis pensamientos y tendencias, las mismas que, sin darme cuenta, fueron las causantes de que me hicieran caer en pecado, apoyadas, cabe mencionar por la lujuria y la torpeza humana.

Juro que recé. Desde el instante en que abría los ojos hasta que los volvía a cerrar, e incluso, fuera ya del mundo tangible, en mi mundo etéreo. Enfatizaba a mi cuerpo astral a llevarlo a un ambiente puro y sin el hechizo de aquella criatura. Pero era insufrible.

Mis pobres excusas se resumían a que mis pensamientos solían volar en torno a él y a enumerar muchas de sus cualidades físicas. Aquellas tormentosas y curvilíneas formas que ejercían en mi mentalidad de macho, pensamientos que un sacerdote no debería albergar. Pero, irritándome como solía irritarme con aquellos que me veían con admiración, que después de gastarles una broma me miraban sorprendidos y luego sonreían, descubriendo recién que yo, después de todo era un ser humano, pues sí… así mismo, era como me sentía finalmente, irritado por saber que el elegir ser un mensajero de Dios, no me libraría de sentir la lujuria que sentía por aquel muchachito indecoroso y que deliberadamente, proponía ser tomado a voluntad propia.
Cruelmente me repetía que, su corrompida vida y mente le decían que fuese liberado del pecado, sucio y fermentable pecado, vaciando su catarsis en alguien puro dispuesto a hacerse cargo de sus condenas.
¿Dónde habían quedado mis escrúpulos?

Los mantos religiosos ya habían sido apartados de mis hombros, como si quemara y aquel peso solo pudiera recordar las maldades que poco a poco iban apoderándose de mí. Lo peor de todo fue que, en la oscuridad del libido solo pude ser capaz de culpar a aquel joven, contenedor del diablo…

- He de acabar de contar lo sucedido. Saco fuerzas de donde la vergüenza me marchita padre, porque no sé cómo describir lo que sucedió después. Se puede adivinar que finalmente sucumbí al encanto de la carne y aunque trate de dar excusas, sé que pequé y aprovecho la situación para estar de acuerdo con muchos y quizás también con usted al decir que… no me merezco el perdón de Dios, pero líbreme padre, líbreme de mis demonios colectivos…

Retrocedí hasta topar con la mesa y hacerla tambalear con todos los objetos de encima.

Cayeron y rodaron las sales ungidas y el vino, pero con el aturdimiento no fui capaz de prestar atención porque aún me ardían las palmas que, sin el menor temor, habían estado tocando las porciones de piel expuestas y brindadas. Prometo, oh señor mío, que estuve muy arrepentido por mis burdas actuaciones, lo estuve en esos momentos y puedo jurarlo con mi propia sangre pero como dije, solo lo estuve por aquellos escasos momentos, por lo que ya se sobre entiende que… caí en aquel profano agujero del abandono.

Lo hice, padre… Oh Dios…

Pero usted entienda, después de todo… solo soy un humano.

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