Prólogo

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En una escala del uno al diez, Blasius Nortton se aseguraba a sí mismo que confiaría en Charles Agnes en un increíble once. Es decir, ciegamente.

Y era gracioso que, en su vida como humano, jamás había conocido a alguien que pudiera concebir en él una prueba de fe tan grande; además, cabía recalcar que en su renacimiento como vampiro inmortal, su creencia en la humanidad había disminuido drásticamente y que tras quinientos años de completa negación a dejar a alguien entrar tan fácilmente a su vida, Charles Agnes llegó como caído del cielo.

Un hombre joven con el descabellado sueño de convertirse en un arqueólogo de categoría, en busca de fondos para realizar una exploración en los países nórdicos, creyendo en la existencia de pruebas que confirmaban que en efecto, los dioses nórdicos eran reales.

En medio de una rueda de proyectos con ideas que podrían hasta resultar más productivas que el deseo de Charles y sus teorías extravagantes, Blas se dejó convencer. Y eso era porque le parecía interesante que un humano creyera tan bastamente en algo que el resto de la humanidad ignoraba, y de lo que él tenía certeza.

Lo más increíble del asunto, es que Charles no resultó en pura palabrería, y su trabajo e investigaciones dejaban a Blas sin aliento y con deseos de ver mayores resultados. Y entre tanto, ambos terminaron desarrollando esa extraña relación que trascendía del típico "sponsor-patrocinado". Para resumir, resultaron siendo... amigos —Una palabra casi tan fuerte como la palabra "destino"—. Amigos de esos en los que se puede confiar, y con los que a veces sales de copas y a comer solo para ponerse al corriente con respecto a la vida del otro.

Pero los años no pasaban en vano, y mientras Charles envejecía con sus ya pronunciados cuarenta y cinco años, Blasius seguía viéndose en los mismos veinte y tantos.

Por eso fue que, aunque tomar la resolución de hacer lo que estaba a punto de hacer, era una locura, en el fondo estaba seguro que su gran amigo sería incapaz de apuñarlo por la espalda.

...Aunque su aprecio mutuo no impedía que Charles lo mirara fijamente como si repentinamente le hubiese nacido otra cabeza. O como si estuviera loco.

"Probablemente sea lo último".

—Eres tan formal, que no te imagino haciendo este tipo de bromas.

Sin poder evitarlo, a Blasius se le escapó una sonrisa y en un parpadeo se encontraba irguiéndose amenazante sobre el escritorio con bonitos acabados de Charles. Haber cruzado toda la estancia, desde la puerta de entrada en madera caoba hasta allí en menos de medio segundo, era inhumano y definitivamente, la expresión de Charles y el salto que dio sobre su sillón fue lo más gracioso que vería durante el día.

—No era una broma —Aunque fue un comentario firme y seguro, lo que menos quería era que su mejor amigo terminara viéndolo como un monstruo.

Charles parecía barajar todas las posibilidades, con una cara tan pálida como pasmada entre la sorpresa y el absoluto pánico. Le tomó aproximadamente medio minuto recuperar el color en su rostro y una expresión nuevamente serena.

—...Bueno, está bien. ¿Puedo ver tus colmillos?

¿Enserio? Arqueando las cejas, Blas abrió la boca, revelando ligeramente sus caninos alargados —Eran retractiles, realmente, no es como si viviera su eternidad con estos alargados endemoniadamente—. Debía ser una imagen un poco... inusual. Tan inusual como que su mejor amigo le preguntara a un "vampiro" si podía mostrarle sus colmillos.

Charles soltó todo el aire de sus pulmones, empujó el sillón frente al escritorio y se puso de pie para posteriormente caminar en círculos a través del pequeño pero acogedor estudio. Una de las cosas que más apreciaba de la propiedad de la familia Agnes, era lo agradable que resultaba estar allí.

Oscura Inocencia (Los Condenados #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora