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«-¿Quién eres? -preguntó el bebé mientras exploraba su boca con el dedo índice.
-Hola, pequeña -respondió la chica agachándose.- Soy quien tú quieres que sea, pero suelen llamarme Soledad.

El cabello azabache de la joven quedó muerto a la altura de los ojos de la pequeña niña, lo que le generó cierta curiosidad.

-Qué bonito -dijo la criatura intentando alcanzar un mechón del pelo.

Cuando estuvo a punto de disfrutar de la sedosa cabellera, su madre entró en la sala.

-Aquí estás, pequeña bruja -se acercó.- ¿Qué estás señalando?

-Mira mamá, ¿a que es bonito? -la madre y la pequeña no veían lo mismo, y nunca lo harían.

La mujer soltó una pequeña risa, y sus labios se curvaron para crear su característica sonrisa.

-Anda deja de señalar a la nada -levantó a la niña del suelo.- Es tu hora de comer, vamos.

Al mismo tiempo que se dirigían a la cocina, el bebé, que reposaba en los brazos de su madre, se despedía de su amiga mirando por encima de la suave tela del fino abrigo rosa de su madre. Al girar la esquina, Soledad desapareció de la vista de la niña, al igual que de su mente.»

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