Pequeñas gotas de cristal bajaban una tras otra por la nieve cayendo al suelo con un viento de agonía salido por sus labios, los fantasmas no existen, dijeron todos pero lo que no sabían era que habitaban en ese pequeño calor en su pecho, que solo latía y poco a poco se desvanecían.
Pidió ayuda a gritos, pero solo el eco respondió; gotas rojas bajaban mientras los fantasmas pedían salir, un dolor agudo se hacia presente, nadie lo notaba, aquella triste canción dejó de sonar.
Quizás era mejor se dijo a sí y cerró los ojos para nunca despertar.