Prólogo

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Ella es un peligro andante, resultado de un experimento exitoso.

Ella es humana, sin embargo, su escaso conocimiento sobre los sentimientos y emociones humanas la hacen un robot hecho de carne.

Al verlo, al fin pudo sentirse ella misma.

Y al perderlo, al fin pudo desatar el dolor sobre la ciudad del crimen.

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Aquí, desde mi celda, lo único en lo que puedo pensar sin interrupción de las maquinas, de las agujas, de los procedimientos o científicos es en el estúpido día en que llegué aquí. Sobre todo, en sus razones.

Admito que me tratan bien, admito que me tienen cariño, lo sé, he leído sus mentes, sin embargo, por tanto he pasado que ya no recuerdo cómo es sentirse triste, cómo es consolar a alguien, ya ni siquiera recuerdo o tengo claro por qué las personas pueden llorar.

Emocionalmente, ya no soy nada.

Físicamente, puede que gane un concurso de Miss Gotham.

Espiritualmente, estoy rota.

Y forzosamente, me han convertido en la arma letal más poderosa que se haya conocido hasta ahora.

Miro mis dedos de los pies sin ningún objetivo, perdida entre mis pensamientos de nuevo y tratando de evitar que mi mente recorra los lugares más recónditos del laboratorio, en busca de alguna persona que esconda algún secreto.Con el tiempo, he aprendido a callar las mentes de los demás en la mía y ahora solo me meto en las suyas si necesito saber algo.


Alguien toca el vidrio de mi celda y levanto la vista lo más rápido que puedo.

Jacob.

Frente a mí, el rubio que desde hace años se ha convertido en mi padre, me sonrió. Fruncí el ceño.

— ¿Cómo estas, Katherine? — Cuestiona justo cuando me dispongo a caminar hacia a él, mi cabello blanco se arrastra por el suelo haciéndome cosquillas en los talones.

— Bien.

— Hoy tendremos una actividad especial — susurra con emoción, me sonríe y aprieta el botón que me permite la salida de mi estúpida celda color gris. Sería fácil que yo misma la abriera, pero me enseñaron que eso está mal, ¿por qué? Ni idea.

— ¿Tendré algún súper poder nuevo?

— Es una sorpresa, pequeña — me revolvió el cabello e intenté sonreír pero solo me salió una mueca.

Sus botas resonaron por los pasillos silenciosos y mis pies descalzos hicieron que el suelo sonara algo seco. Puertas, luces, puertas, luces y puertas eran lo único que lograba visualizar a cada paso que daba, la misma rutina, el mismo paisaje.


— ¿A dónde vamos? — cuestioné cuando giramos a la derecha, directo a un pasillo que nunca en mi vida había pisado.

— Te haremos un cambio de look.

— ¿Cortaran mi cabello?

Mi voz sonaba monótona, igual que siempre.

— Así es pequeña, para las siguientes pruebas que te haremos habrá acto físico así que el pelo largo estorba.

— No lo corten tanto, es lo único que me queda que sea completamente mío — Pedí. Mi vista fue a dar hasta la de Jacob y  un rastro de tristeza pasó fugazmente por sus ojos. 

Su cabello rubio se agitó con suavidad cuando empujó la  puerta celeste e inmediatamente mis ojos observaron una silla de la misma tonalidad que la puerta, en frente había una espejo rectangular y sin dudarlo me senté allí.

Pronto, una mujer castaña de bata blanca apareció detrás mío con unas tijeras en mano.

— ¿Hasta dónde?

— Un poco más abajo de los codos — Murmuré cerrando los ojos al sentir las tijeras cortando hasta cierto punto de golpe.

Al oír los cortes que hacia, mi mente se absorbió en mis propias ideas.

Tal vez para mí ahora todo era monótono, tal vez ya solo supiera sonreír sin saber por qué, tal vez solo fingiera tener sentimientos cuando sabia perfectamente que no tenia idea de lo que significaban, pero...

¿Cuánto iba durar todo aquello?

Quería experimentarlo por mi cuenta, no que siguieran experimentando conmigo y para ello necesitaba un milagro que me salvara pero, al estar rodeada de científicos, se me había enseñado que los milagros no existían.


Proyecto 333Donde viven las historias. Descúbrelo ahora